En
Londres siempre había ruido. Siempre, hasta en las más profundas y
negras noches. No me desagradaba, pero adoraba el silencio. Y en East
Leake podía conseguir silencio, adentrándome en el bosque, paseando
por la escuela los fines de semana, cuando estaba vacía, o en la
pequeña biblioteca de papá en el tercer piso. Incluso los domingos
por las mañanas en las calles del pueblo se podía encontrar
silencio, ya que todo el mundo estaba en la iglesia. Porque aquellos
días necesitaba silencio y fácilmente lo encontraba.
Y
pronto comenzó a llegar, despacio, la primavera; pero en mi corazón
volvió a ser invierno, un invierno frío y oscuro. Las noches de las
semanas siguientes a la marcha de Joe no pude dormir, porque
pesadillas invadían mi mente. Sudaba gotas frías entre las
calientes sábanas, y más de una vez en la misma noche me levantaba
de golpe.
Joe
había llamado a mediados de la semana siguiente a su marcha, y me
comunicó que estaba en una base cerca de Crawley, y que su primera
semana había sido muy dura. Se despidió con un “te quiero” y
con la promesa de que se cuidaría. Eso fue a finales de febrero, y
no fue hasta principios de Abril, cuando los pájaros comenzaban poco
a cantar, cuando recibí su primera carta. Estaba sellada con el
logotipo de la Royal Air Force y con mi nombre completo escrito con
la hermosa caligrafía de Joe. “ A Lady Agathe Marie Perkins”.
-Joe
también nos ha enviado una carta, es la primera que recibimos de
él-. Había dicho el Señor Sullivan, el padre de Joe y el cartero
de East Leake. Su voz sonaba realmente apagada, e intenté
consolarlo.
-No
se preocupe, Joe sabe cuidarse.
-Eso
espero, querida. Eso espero-. Y forzó una débil sonrisa.
En
la carta Joe me contaba que su oficial le había dicho que mejoraba
cada día y que aspiraba a ser un gran piloto. Eso me entristeció,
porque eso aumentaba más su autoestima y iba a querer volar a toda
costa. Me decía que me echaba demasiado de menos, y que esperaba
poder llamarme pronto, porque las líneas siempre estaban ocupadas
por su general para saber las últimas horas de la guerra. Comentaba
también que iba poder ir a Londres cada último jueves de cada mes,
y me invitó a ir el día 24 a cenar. En parte me alegré muchísimo,
pero temí por un momento que no me dejaran ir. En cada párrafo no
se candaba de decirme cuánto me quería, y yo me sonrojaba mientras
leía la carta. Se despedía pidiéndome que llamara yo a la base de
Crawley cuando recibiera su carta, porque las llamadas entrantes eran
más fáciles que ser contestadas. “Nunca olvides que estoy aquí
queriéndote más que nunca”, escribió
antes de dibujar su firma.
-¿Paseamos
un rato en barca?- Me dijo Peter el sábado después de comer,
acercándose a mi por detrás.
-Vale-.
Contesté secamente.
Me
ayudó a subirme a la barca. Mamá estaba en el huerto con Muriel.
Papá estaba en el banco leyendo el periódico. Los niños corrían
por la hierba con un balón. Hacía un día alegre y caluroso.
-Me
gustan tus gafas de sol-. Dije, rompiendo el silencio. Ya estábamos
en el medio del gran lago, y él fijó su vista en la otra costa de
este, en el bosque donde había otro embarcadero.
-Me
las envió mi padre. Son las que usan los aviadores. Me las regaló a
modo de disculpa de no haber podido venir a visitarnos. No me parece
justo, Agathe, yo me llevaba muy bien con mi padre, y creo que
merecemos que nos venga a visitar a mis hermanos y a mí-. Dijo con
tono ausente.
-Hoy
ha llegado una carta de Joe.
-Ah-.
Contestó con tono nostálgico.
Me
puse a jugar con el agua. Él se tumbó a lo largo del asiento. No
teníamos ganas de hablar.
-Papá
habló con él el día que cenó aquí-. Dije.
-Supongo
que le dijo cosas sobre cómo volar y cómo intentar cuidarse-. Me
observó con sus ojos a través de las gafas.
-No
creo.
-Olvidas
que tu padre voló en la Primera.
-Pero
era diferente, Peter.
-No,
la supervivencia es algo igual desde que los seres humanos existen.
-Tengo
miedo.
-No
lo tengas. Joe puede valerse de sí mismo.
-Quizás...
-Creo
que no deberíamos ponernos así. Tan tristes, digo-. Dijo Peter.
-Es
verdad. Por cierto, mamá le ha hecho una tarta a Ian Perth.
-¿A
Ian?- Preguntó extrañado.
-Sí,
dice que en la base no les dan comida de verdad. Además, quiere
quedar bien con su familia.
-¿Se
la vas a llevar?
-Sí,
supongo, necesito que me de el aire. ¿Quieres venir?
-No,
voy a ir al pueblo. Quiero ofrecerme voluntario para ocupar el puesto
de Joe en el museo. Podemos bajar juntos hasta el pueblo y después
coges el camino hacia la base.
-Vale.
Gracias, Peter.
Y
volvimos a la orilla. Me cambié y me puse un vestido rosa de media
manga y unos zapatos negros. Me recogí mi pelo liso en una coleta.
-¿Estás
lista?- Me dijo Peter después de que yo me reuniera con él en el
porche tras coger la tarta.
-Sí,
vamos.
-Trae,
yo te llevo la tarta. Vas demasiado bonita para que te manches.
Me
sonrojé y no puse ninguna objeción al ofrecimiento de Peter.
Diez
enormes hangares y dos edificios constituían la enorme base aérea.
Desconocía que aquel lugar fuera tan grande. Como no sabía adónde
dirigirme, me acerqué a un piloto que pasaba por allí.
-Perdona,
¿sabes donde se encuentra Ian Perth?- Pregunté, y él pareció
extrañarse al ver a una mujer allí. Aún así, me sonrió.
-Está
en el hangar cuatro, señorita. Espero que lo encuentre, pues el
cuatro es el más grande de los hangares-. Contestó cordialmente.
-Muchas
gracias-. Los otros pilotos que iban de un hangar a otro se quedaban
mirando hacia mí, y tenía vergüenza ante todos esos jóvenes.
-De
nada...
-Lady
Agathe Perkins-. Completé.
-De
nada, Lady Perkins-. Y me dedicó otra sonrisa.- El capitán Hallselt
siempre a su servicio-. Me pareció realmente joven para ser capitán,
por lo que supuse que debía de ser muy bueno.
Tuve
que andar un buen trecho, y pasaba delante de los hangares abiertos y
los pilotos paraban de hacer sus tareas para observarme. Escuché
alguna que otra memez por parte de algún salido y simplemente o
ignoré. Llegué al número cuatro. Estaba intentando subirse al ala
de un Spitfire cuando él me vio.
-¡Agathe!
¡Cuánto tiempo sin verte!- Y esbozó una amplia sonrisa con
entusiasmo.
-Sí,
las cosas no van todo lo bien que desearía-. Contesté mientras él
se acercaba a mí, alejándose de los compañeros con los que
estaba-. Un amigo mío se ha ido también a una base aérea.
-Oh,
ya veo...- Contestó con trsiteza.
-Mi
madre te ha hecho esto-. Comenté entregándole la tarta, la cual él
miró mientras la boca se le hacía agua.
-¡Muchas
gracias! Tiene muy buena pinta. La verdad es que aquí no nos dan la
comida tan rica como la de casa-. Y me reí al escucharlo, porque fue
lo que dijo mi madre.
-Me
alegro de que te guste-. Dije sinceramente-. Y qué, ¿te gusta esto?
-Sí,
es un poco duro, pero se aguanta. Además, muchas “amigas” de los
compañeros vienen a visitarlos y hasta uno se ríe con las
tonterías que dicen.
Pasamos
el resto de la tarde hablando. Me despedí de él con un abrazo y le
prometí que volvería a visitarlo. Al llegar al pueblo me encontré
con Peter, que salía del museo. Me alegré al verlo.
-Me
han dado el puesto de Joe-. Dijo.
-Eso
es fantástico, Peter-. Contesté.
-Sí,
supongo que sí. Es mejor que estar en casa sin hacer nada-. Noté la
tristeza en su voz.
-Peter,
vayámonos a casa y hablemos.
-Sí,
será mejor-. Y me rodeó con un brazo mientras tomábamos el camino
de vuelta.
-Sabes,
creo que eres más alto que cuando te conocí-. Comenté, y logré
sacarle una pequeña sonrisa de la comisura de sus labios.
-El
día en el que te conocí seriamente fue el día más maravilloso de
mi vida, Agathe.
Hizo
que me sonrojara, y que no pudiera hablar más con él en el camino
sobre su tristeza. Rompí el silencio antes de entrar por la puerta
principal, mientras el sol se ponía en el horizonte.
-Nos
vamos a Londres, Peter querido.
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No me matéis, por favor!!!!!!
Siento no haber publicado antes, pero la vagancia extrema que me invade a la hora de ponerme a escribir el matadora.
Espero que os haya gustado el capítulo y que comentéis mucho, porque ultimamente veo que no comentáis como antes, y me pone un poco de mal humor (Siempre hay excepciones :D )
Bueno, un beso enoooorme,
Paula*