domingo, 28 de octubre de 2012

Capítulo 24.

-No puedes irte.
-No sabes cuánto lo siento, pero debo de irme.
-¿Qué puedo hacer yo para que te quedes?
-Corazón, sabes que nada, aunque me duela decírtelo.
-Eres tan tozudo como siempre.
-Y tú vives todo hasta el último momento- suspiró.
-Vamos, no me puedes dejar aquí. Ni a mi ni a ellos- suplicó.
-Lo sé, pero ya he retrasado ir a la universidad dos años.
-Y yo la empezaré el año que viene- cruzó los brazos.
-Me vendrás a visitar; o yo te visitaré.
-¿Acaso qué es lo que vas a estudiar?
-Filosofía.
-No sabía que te gustara eso.
-Pues ya ves. Anda, ven- le dijo, abriéndole los brazos para que ella se reconfortara en ellos, como tantas otras veces.
Y fue en ese preciso instante en el que ella se arrepintió de todo, y también se dio de cuenta de que en realidad poco sabía de la persona con la que había convivido casi cuatro años. Y hasta dudó en si realmente se conocía a ella misma. Ni siquiera había sido culpa de la guerra, a lo que últimamente ella echaba la culpa en cualquier situación”.






Londres, Septiembre de 1944.


Observaba detenidamente el caos de aquella estancia, un gran salón que unía todas las partes de la casa excepto la habitación. Era luminoso puesto que la gran ventana estaba orientada al sol, y calentaba mi cuerpo en el cómodo sofá. No era un sofá como el del despacho de papá, rígido como una piedra, sino que estaba mullido y me hundía en él. Enfrente mía había una mesita de café, delante de una chimenea y a su derecha un gramófono. Haciendo compañía al desorden de aquel piso, los vinilos estaban apilados en la esquina. Había varios cuadros impresionistas colgando a ambos lados de la chimenea. Las estanterías que ocupaban dos paredes enteras estaban abarrotadas de libros sin realmente un orden lógico, y había tantos que los que no cogían se apilaban horizontalmente encima de los que estaban en vertical. Además, el mobiliario era un tanto estrambótico, y mezclaba piezas antiguas con muebles de todos los estilos. Su escritorio también estaba hecho un desastre, pero imaginé que sería agradable estudiar con aquellas maravillosas vistas a Hyde Park. Por la puerta semiabierta de su cuarto pude observar su cama, con el edredón estirado hacía arriba con prisa, con las sábanas arrugadas hacia un lado, como siempre solía hacer. Sin embargo, en todo aquello sí había un ápice de orden, como si una madre intentara ordenarlo, pero él lo volvía a desordenar. En la mesa de la zona del comedor él estaba disponiendo tazas de té, e iba y venía de la cocina cargado de galletas. Yo lo observaba graciosamente. Al fin terminó, y soltando un suspiro, comenzó a hablar, algo que no había hecho desde que se había puesto manos a la obra, con una concentración absoluta por no derramar el caliente té.
-Ya está, Agathe.
-Te he dicho que yo te ayudaba, pero eres tan testarudo...
-No hacía falta, eres mi invitada y ya está hecho- dijo mientras me movía cortesmente la silla para que me sentara. Le sonreí. Él también se sentó. A continuación sacó del bolsillo una cajetilla y encendió un cigarrillo.
-¿Desde cuándo fumas?- lo miré con reprobación.
-Desde que comencé la universidad- contestó.
-No deberías. Es más, trae aquí- y le agarré el cigarrillo y lo apagué en un cenicero próximo a mí. Refunfuñó pero sabía que no me podía replicar.
-Vale.
-Lo hago por tu bien. Anda, dime, ¿qué tal en la universidad?
-Bien, estoy un poco estresado con los trabajos. ¿Y tu empezaste Literatura, no?
-Sí, me gusta mucho por lo que llevo dado en clases.
-Me alegro mucho por ti- sonrió.
-¿Por qué no vives con tu abuela?
-No sería feliz. Quiero ser libre y eso me lo impediría.
-Pues yo vivo en nuestra casa de siempre. Espero mudarme a algún apartamento si esto acaba algún día. Me siento muy sola en una casa tan grande.
-Te comprendo, pero sabes que puedes venir cuando quieras- me contestó con una gran sonrisa en sus labios.
-Eres muy amable, Peter.
-¿Cómo están ellos?
-Están todos bien, pero tus hermanos te echan demasiado de menos.
-Y yo.
-Te comprendo. ¿Y tus padres?¿Sabes algo de ellos?
-Oh, mi padre sigue en combate, dice que ya queda menos para que la guerra acabe; y mamá está en el hospital, vive en casa con mi abuela, la voy a visitar casi todas las mañanas, antes de irme a clases, al hospital, y a mi abuela los fines de semana. Siempre nos vamos los tres a pasear a Hyde Park. Pero ahora que estás aquí en Londres necesitaré verte también- su voz recuperó la alegría.
-¿Seguro que tendrás tiempo?
-Segurísimo, Agathe.
Y así estuvimos charlando, y cuando fui al baño, todo cambió. En la pileta, pegado a su colonia, había un pintalabios. Rojo pasión. Y fue cuando cuadré todo: el extraño orden del apartamento y la rara atmósfera de la habitación. Volví a sentarme en mi silla, y mientras Peter me miraba, continué:
-¿Es guapa?- Y dejé el pintalabios encima de la mesa. Peter me miró de repente con cara de pánico, y su expresión cambió drásticamente. Pensó la contestación, pero no le quedó más remedio que ser sincero.
-Sí.
-¿Y cómo se llama?
-Odette- dijo con un suspiro de resignación.
-Anda, si tiene un nombre francés, como yo- contesté sarcásticamente- ¿Qué estudia?
-Arte.
-Oh, la chica salió bohemia.- dije secamente. Observé entre mis dedos el pintalabios- A mí no me queda bien el rojo, tengo unos labios grandes para un color tan vibrante.
-Agathe...- me suplicó.
-Me gustaba cuando decías mi nombre. Era como si nunca se gastara, porque tu lo decías tan bien... Repítelo.
Y no dijo nada. Se quedó mirándome fijamente. En sus ojos no veía más que un torbellino de recuerdos y me suplicaba perdón.
-Bueno, será hora de irme, ¿no crees?- Y me levanté.- Llámame si me necesitas. Si tienes alguna crisis existencial. Si vas a venir de vacaciones a East Leake. Si quieres bailar. Si necesitas tomar una copa de coñac a media noche, como lo hacíamos las últimas noches que pasaste en casa. Qué demonios, si tienes ganas de emborracharte. Si necesitas verme, en resumidas cuentas.
-No lo dudes- contestó, y me giré hacia la puerta, pues ya comenzaba a llorar- Ni dudes nunca que tu serás la mejor del mundo, y que nadie se compara a ti, Agathe, Agathe.- y repitió mi nombre tan despacio que tuve que salir de inmediato de aquella cárcel de sentimientos.
Me apoyé de espaldas a la puerta. Y pude escuchar cómo Peter comenzaba dentro a maldecir en alto, cerré lo ojos y lo volví a ver hundiendo sus manos desesperadas en su pelo, y volví a oler su colonia, y recordé sus besos, y volví a sumergirme en los recuerdos de cuando él y yo éramos uno.


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¡Hola! Muchísimas gracias por todo, me alegró saber que seáis tan fantásticas, en todos los sentidos, y me he tomado mi tiempo para reflexionar. Y sí, he decidido que esto no va a ser eterno, y sólo quedan dos capítulos, quizás como mucho tres. Y espero que os guste mucho mucho mucho, ¿vale? Siento ser tan breve, pero mañana tengo clase y madrugar me cuesta mucho. Aún así os quiero. Un beso enorme,
Paula :)