lunes, 11 de febrero de 2013

Capítulo final y Epílogo.

 Londres, Mayo de 1948.
-¿La viste?
 
-Sí.
 
-¿Y cómo está?
 
-Más preciosa de lo que era.
 
-¿Más?
 
-Sí, increíble, pero cierto- sonrieron los dos.
 
-Nunca me he atrevido a pasar cerca de su casa aquí en Londres, porque tengo miedo a verla- sorbió lo que quedaba en su taza de café- Supongo que estará en el último año de la carrera.
[...]
 
-Se disgustó conmigo cuando supo que tenía novia.
 
-¡Cómo pudiste! ¡Te dije, te supliqué, te rogué que la cuidaras! ¿Hace cuánto de eso?
 
-Cuatro años.
 
-¿No la viste más?
 
-No me atreví, - ambos miraron al vacío, tristemente- y la echo tanto de menos...- suspiró.
 
-Y yo también. Bueno, ¿y qué haces con tu vida?- desde que se habían encontrado no habían hablado de ellos mismos.
 
-El año pasado comencé a dar clases. ¿Y tú?
 
-Cuando acabó la guerra comencé la universidad también. Ingeniería aeronáutica. Pero el año pasado me ofrecieron el puesto que dejó vacante Arthur Harris, Mariscal de la RAF. Creo que me queda un poco grande, pero con el tiempo me acostumbraré.
 
-Me alegro mucho por ti.
 
-Y yo por ti.
 
-¿Y tu vida sentimental?
 
-Hubo una. Sólo una. Acababa de venir de la guerra, de ver morir a tanta gente, que necesitaba algo a lo que aferrarme. La dejé al segundo mes. Porque nada me llenaba más que Agathe, aunque fuera su lejano recuerdo”


***

Londres, Julio de 1948.


“A Lady Agathe Marie Perkins.
A Peter Edward Jones y Odette Leclercq nos complace invitarla a nuestro enlace matrimonial, que tendrá lugar el sábado once de septiembre de 1948 el la iglesia del magnífico pueblo de East Leake, y tras la cual se celebrará un banquete en la Mansión Perkins. Agradeceríamos muchísimo su presencia. Un cordial saludo,
Peter y Odette”


***
-Sí, quiero.
 
-Puedes besar a la novia.
 
Y allí comenzaron la apasionada danza de movimientos sincronizada. Sus bocas parecían estar hechas el uno para el otro. Pensé que entonces la mía no fue lo suficientemente perfecta. Y yo los observaba atónita. Entre mis sentimientos se mezclaban felicidad, envidia, rencor y me embriagaba el recuerdo de los besos que compartimos tras volver de Londres, antes de que él comenzara la universidad.
Acababa de finalizar la carrera de Literatura. Voluntariamente me negué a tener ninguna relación sentimental, y había comenzado el manuscrito de una obra que esperaba publicar. No había vuelto a ver a Joe ni a Peter hasta aquel momento. La imagen de Peter con su despampanante prometida en mi casa no me pareció muy bien, pero aquel había sido su hogar adoptivo, y mis padres se habían vuelto una figura paterna y materna desde el final de la guerra.
 
El padre de Peter no volvió jamás del frente de batalla, algún antiaéreo lo había derribado. Su madre había fallecido durante uno de los bombardeos en el hospital.
Desde aquella, evité exitosamente no estar en East Leake cuando él estaba. Amelie se había hecho una jovencita, probablemente nunca podrá encontrar al hombre de sus sueños, porque han muerto tantos... Lucas y George se habían echado a perder. Su adolescencia se había convertido en un infierno del que querían salir, y se marcharon a Sudáfrica a explotar una plantación en Port Elizabeth. Habían vuelto para la boda con fajos de dinero que pretendían gastarse en lujos, ron o vozka y mujeres.
 
De algún modo, ver a Peter casado me abrió los ojos. En los momentos previos al banquete me fui. Caminé aún corriendo el riesgo de destrozar mis pies por la cuesta abajo que tan bien conocía. Las calles empedradas seguían igual, y el olor a petricor seguía impregnando mi nariz, como el primer día que pisé el centenario adoquinado. Como todo el pueblo estaba en mi casa, pude andar tranquilamente sin que me considerasen una desviada mental hasta llegar a mi destino. Seguía oliendo a los mismos animales disecados, a la misma carcoma de las vitrinas, al mismo limpiacristales. El Museo de Historia Natural resistía el paso del tiempo. En cierto momento me pude ver allí con mis inocentes dieciséis años jugando con el corazón de dos personas dispuestas a amarme incondicionalmente.
 
-¿Sabes?, dicen que el simple aleteo de las alas de una mariposa puede cambiar el mundo- sonó su voz. Él era todo.
Me giré y me lancé a él, vestido de gala, como nadie lo había hecho antes. Entre los brazos de Joe Sullivan siempre había sido feliz, él me completaba como nadie.
 
-Te quiero- le susurré a su oído.
 
Y sus comisuras se elevaron y emergió una gran sonrisa. Ahora éramos nosotros quienes encajaban perfectamente sus labios y danzaban armoniosamente bajo la tenue luz amarilla de aquel lugar.
[...]

-No sabía que bailabas tan bien- comenté. Toda la multitud bailaba bajo los farolillos y la luna llena en el jardín de nuestra casa. La figura de Joe se perfilaba en la pista de baile. Supuse que la mía también.
 
-Nunca me diste la oportunidad de bailar contigo.
 
-Es cierto, ¿me perdonarás?
 
-Siempre- me dijo, y me volvió a besar.
 
-Oye.
 
-Dime.
 
-Que sí.
 
-¿Que sí qué?
 
-Que me caso contigo.
 
-Oh.
 
-Oh, no, lo he fastidiado todo, ya no te quieres casar conmigo, y yo... Yo pensé que tu proposición seguía en pie y...
 
-Shhh.- me puso un dedo en mis labios para silenciarme.- Siempre ha seguido en pie. Con esto me estás haciendo el hombre más feliz del mundo. Gracias Agathe, te amo. Quiero pasar el resto de mis días contigo, hacerte mía, y yo entregarme a ti. Te quiero demasiado. Siempre te he amado a rabiar.




EPÍLOGO


Londres, 4 de marzo de 1951

Querido Peter, 

Nos alegra esta preciosa noticia tanto a mí como a Joe. ¡Australia! Madre mía, cuando se entere mamá de que vamos a ir allí a conocer a tu bebé les va a dar algo. Me sorprende que la llames Agathe, ¿no te arrepentirás? Me alegro tanto por vosotros, que seáis tan felices me reconforta. Me gustaría tener hijos, pero no puedo. Joe ya lo tiene asimilado, pero yo no. Ahora no quiero niños, pero puede que en un futuro no muy lejano me entre el instinto maternal. Me entristece saber que no veré corretear a pequeños niños y niñas nacidos de mi amor y el de Joe por Hyde Park, o por East Leake. Pero amo a Joe, con todo mi ser, y sé que él me quiere a mí y me aceptará de cualquier manera. Ya lo hacía cuando no sabía yo lo que realmente quería con mi vida.
 
Londres está poco a poco mejorando, casi ha recuperado el esplandor de antes de la guerra. Hecho de menos a toda la gente que se ha muerto. Quizás deberíamos empezar de cero en algún otro lugar, como hiciste tú, tu hermano y el mío. Pero no podemos. El trabajo de Joe nos lo impide, a pesar de que intenté convencerlo. Ahora doy clases de Literatura en la universidad. Me gusta.
 
En el fondo soy muy feliz, aunque a veces me lleno de amargura por los tiempos en los que el mundo era otro, y lloro, lloro mucho. Creo que es por la pérdida de papá. Sabes cuánto lo quería. No pudo estar en mi boda. Pero bueno, tú ya lo sabes, fuiste el padrino. Y gracias. Siempre te estaré profundamente agradecida.
Espero que te llegue pronto la carta. Cogeremos el avión el primer día de abril. Muchas gracias por vuestra invitación. Un abrazo.
 
Nos vemos pronto,
 
Agathe y Joe Sullivan-Perkins.