- Echaré mucho de menos esto - dije, echando un último vistazo a la fachada de nuestra casa en Londres. Mi padre me abrazó y nos dirigimos a la inmensa estación de Paddington. Desde que la guerra comenzara, estuvimos haciendo planes para marcharnos papá, mamá, mi hermano y yo a la mansión que habíamos heredado del abuelo John, en un pueblecito en el centro del centro de Inglaterra, con el fin de alejarnos de los bomardeos y de esos malditos alemanes.
Subimos en el tren, nos acomodamos en un compartimento de primera clase y comencé a recordar todo lo que dejaba atrás: mi feliz infancia.
Yo, Agathe Perkins tenía dieciséis años, era hija de Ronald, un prestigioso profesor, de una madre cariñosa, Laura, y un hermano fabuloso, Lucas . En mi vida habia amor, tenía gente que me quería, pues no me faltaban amigas, que eran fantásticas; y algún que otro chico se fijaba en mi y alguna vez salí a dar un paseo por Londres o ir al cine, sólo si alguna de mis actrices favoritas, como Bette Davids, estaba en la cartelera. Realmente me gustaba Londres, pero tambien me gustaba el silencio, cosa que allí era raro de encontrar.
Tras una hora de nostálgico viaje viendo el paisaje y observando a mis padres y a mi hermano jugar, mi padre dijo:
-En el pueblo del abuelo hay muchas cosas que hacer, además la gente es muy buena. Viviremos bien y seremos felices. Además, os prometo que iremos a Londres un vez al mes, ¿qué os parece?- sus palabras no me convencieron nada, pero sin embargo no protesté.
- Bueno,¿cuánto falta para que llegemos?
-Hora y media. ¿Sabéis que hay un lago en nuestra futura casa? Con patos y peces. Agathe, te encantará. Tengo allí una sorpresa para ti- me ilusionaron sus palabras, y pronto me quedé dormida con la cabeza apoyada en el cristal.
Eran las tres de la tarde cuando mamá me despertó. Sobre la estación se encontraba el cielo de un color gris marengo, y un olor peculiar recorría mis fosas nasales. Hacía bochorno y me gustaba aquella atmósfera de tormenta. Un coche nos acercó a la mansión.
Por el camino habíamos pasado por el centro del pueblo, donde había varias tiendas, hasta una con un precioso vestido en el escaparate. En la plaza mayor del pueblo un grupo de niños jugaban al aro delante del ayuntamiento, y unas niñas estaban sentadas frente a una estatua con un jinete a caballo jugando a las muñecas de porcelana. Una muñeca me llamó peculiarmente la atención, pues llevaba un vestido muy parecido a uno que tuviera de pequeña.
Un grupo de madres se encontraba sentadas en unos bancos en la sombra, cuidando de sus retoños. Cuando nos alejamos un poco del pueblo, lo pude ver.
La fachada del edificio era impresionante, toda de piedra esculpida, que parecía un castillo. El jardín delantero estaba lleno de setos muy bien cuidados, con unas flores preciosas, se notaba que alguien los trabajaba a menudo. La puerta de entrada estaba flanqueada por dos gigantescas y viejas palmeras.
Entramos en el vestíbulo. Como dos grandes brazos, una escalera doble se alzaba por los lados, con un gran balcón en el frente, y otro en una pared a la derecha.
La planta de abajo estaba distribuída de tal modo que a la izquierda de la puerta estaba el despacho de papá, con un gran escritorio de caoba ya lleno de papeles y una moderna máquina de escribir. Había un sofá muy mullido en color camel, y todas las paredes, excepto la del ventanal que daba a la fachada principal, que tenía colgados unos cuadros, estaba lleno de estanterías abarrotadas de libros y enciclopedias.
A la derecha de la entrada, se encontraba el salón, que estaba dividido en dos niveles. En el nivel más bajo había tres sofás beiges, una mesa enfrente de estes.Había una gran chimenea, y encima de esta, estaba una radio moderna, algo que me extraño porque la casa ya era muy vieja. En las paredes había cuadros, mandados ponerlos allí por mi madre, una gran amante del arte. Hasta había uno de Van Gogh, el pintor favorito de mamá. El el nivel alto había unos divanes, y a su alrededor había más estanterías aún, porque al abuelo le encantaba leer y yo heredé esa pasión.
Entre las los dos brazos de la escalera, había dos butacas con una mesita con un teléfono. Estaba segura de que mamá pasaría allí mucho tiempo calcetando o hablando por teléfono. Sobre estas butacas se alzaba, majestuosamente, una gran araña, con miles de cristales en distintos niveles. Aquel elemento me pareció como un gran pilar de la casa, ya que la luz que emanaba llegaba a todos los rincones del gran vestíbulo.
Detrás de lo que tapaba la escalera, había una cocina llena de fogones, lacenas y encimeras. Parecía una factoría alimentaria. Muriel, la cocinera y James, el mayordomo, se encontraban sentados alrededor de una mesa. No tenían previsto que llegaramos una hora antes pero aún así nos recibieron con gran efusividad. Ambos vivían en una casa en una esquina de la propiedad y, desde que el abuelo se muriera, digamos que no había mucho que hacer en la casa.
Tambien había una gran despensa y un pequeño servicio, que a mamá no le gustó nada, y dijo que pronto cambiaría la decoración de esta estancia.El gran comedor que daba a la parte trasera me impresionó mucho, ya que la estancia parecia la de un castillo, porque tenía una mesa que muy larga, y las cortinas eran rojas y de terciopelo.
Subimos todos al segundo piso. Mientras subíamos, podiamos observar como aparecía ante nosotros un gran ventanal, lleno se cristales de numerosos colores. Había un pasillo que si te asomabas por el pasamanos, podías ver el piso inferior. Había 6 habitaciones y 3 baños, de las cuales 3 estaban a la derecha y las otras tres habitaciones se encontraban a la izquierda. Y los baños estaban dos a la izquierda, y uno a la izquierda.
Yo elegí la habitación hacia la fachada principal del lado derecho, pues ya estaba pintada de rosa y beige, mis colores favoritos. Era la unica habitante de la casa que eligió su habitación en el lado derecho, y los demás eligieron tener su alcoba en el lado izquierdo.
Mi habitación tenía la cama en el centro de la estancia, y tenía un dosel en tela beige, y a los lado de esta, había dos mesillas de noche. En la habitación, sobre el suelo de madera, había una alfonbra verde pistacho. Además, había un gran tocador con luces y maquillaje, regalo de papá. La ventana tenía unas vistas espectaculares a la parte delantera de la casa. Las cortinas estaban bordadas con detalles rosas y , bajo estas, se encontraba un pequeño escritorio a juego con el tocador.
Una puerta me separaba de mi vestidor, medio vacio, y digo medio porque papá enviara ya hacía unas semanas más de la mitad de mi armario a la casa; y el resto lo traía hoy.
En el segundo piso habia dos estudios,uno de ellos para mí, diseñanos por mamá para que pudiera estudiar sin que nadie me molestara.Lo que más le gustó a Lucas fue la enorme sala de juegos, llena de jugetes nuevos. Ya en el último piso estaba el desván, lleno de polvo y seguramente de ratones también.
Cuando nos juntamos todos finalmete dije:
-Definitivamente, me gusta este lugar.
:O ¡IMPRESIONANTE!
ResponderEliminarMe encanta! <3 Tienes talento!! Me gusta mucho la historia y tu forma de redactar. Estoy deseando que continúes! Avisa cuando escribas el próximo vale?
Te sigo! <3
hola de nuevo! xD
ResponderEliminarTe he otorgado un premio en mi blog! :D
Pasate ;)
http://beautyfromtheinsideellibro.blogspot.com/2011/09/premios.html
¡Hola! Bueno..., pues $$Any$$ me recomendó tu blog, y me encanta. *.*
ResponderEliminarSigo leyendo. :)