martes, 18 de diciembre de 2012

Wanderlust, Jules.

¡Hola! Os traigo el adorable blog de la más adorable aún Julia. Debo decir que es una monada de blog, sus refelexiones son tan cotidianas pero llevadas a tal punto literario que de veras merece la pena pasarse por su blog:


Además, sus fotos son tan asdfghjkl que te transportan a otro mundo, como en un Tumblr de los buenos.

 Si las entradas que tiene son tan preciosas, no digamos las que vendrán...

¡Pasaros, merece muuuuuuuucho la pena!


Un saludo,
Paula.

domingo, 28 de octubre de 2012

Capítulo 24.

-No puedes irte.
-No sabes cuánto lo siento, pero debo de irme.
-¿Qué puedo hacer yo para que te quedes?
-Corazón, sabes que nada, aunque me duela decírtelo.
-Eres tan tozudo como siempre.
-Y tú vives todo hasta el último momento- suspiró.
-Vamos, no me puedes dejar aquí. Ni a mi ni a ellos- suplicó.
-Lo sé, pero ya he retrasado ir a la universidad dos años.
-Y yo la empezaré el año que viene- cruzó los brazos.
-Me vendrás a visitar; o yo te visitaré.
-¿Acaso qué es lo que vas a estudiar?
-Filosofía.
-No sabía que te gustara eso.
-Pues ya ves. Anda, ven- le dijo, abriéndole los brazos para que ella se reconfortara en ellos, como tantas otras veces.
Y fue en ese preciso instante en el que ella se arrepintió de todo, y también se dio de cuenta de que en realidad poco sabía de la persona con la que había convivido casi cuatro años. Y hasta dudó en si realmente se conocía a ella misma. Ni siquiera había sido culpa de la guerra, a lo que últimamente ella echaba la culpa en cualquier situación”.






Londres, Septiembre de 1944.


Observaba detenidamente el caos de aquella estancia, un gran salón que unía todas las partes de la casa excepto la habitación. Era luminoso puesto que la gran ventana estaba orientada al sol, y calentaba mi cuerpo en el cómodo sofá. No era un sofá como el del despacho de papá, rígido como una piedra, sino que estaba mullido y me hundía en él. Enfrente mía había una mesita de café, delante de una chimenea y a su derecha un gramófono. Haciendo compañía al desorden de aquel piso, los vinilos estaban apilados en la esquina. Había varios cuadros impresionistas colgando a ambos lados de la chimenea. Las estanterías que ocupaban dos paredes enteras estaban abarrotadas de libros sin realmente un orden lógico, y había tantos que los que no cogían se apilaban horizontalmente encima de los que estaban en vertical. Además, el mobiliario era un tanto estrambótico, y mezclaba piezas antiguas con muebles de todos los estilos. Su escritorio también estaba hecho un desastre, pero imaginé que sería agradable estudiar con aquellas maravillosas vistas a Hyde Park. Por la puerta semiabierta de su cuarto pude observar su cama, con el edredón estirado hacía arriba con prisa, con las sábanas arrugadas hacia un lado, como siempre solía hacer. Sin embargo, en todo aquello sí había un ápice de orden, como si una madre intentara ordenarlo, pero él lo volvía a desordenar. En la mesa de la zona del comedor él estaba disponiendo tazas de té, e iba y venía de la cocina cargado de galletas. Yo lo observaba graciosamente. Al fin terminó, y soltando un suspiro, comenzó a hablar, algo que no había hecho desde que se había puesto manos a la obra, con una concentración absoluta por no derramar el caliente té.
-Ya está, Agathe.
-Te he dicho que yo te ayudaba, pero eres tan testarudo...
-No hacía falta, eres mi invitada y ya está hecho- dijo mientras me movía cortesmente la silla para que me sentara. Le sonreí. Él también se sentó. A continuación sacó del bolsillo una cajetilla y encendió un cigarrillo.
-¿Desde cuándo fumas?- lo miré con reprobación.
-Desde que comencé la universidad- contestó.
-No deberías. Es más, trae aquí- y le agarré el cigarrillo y lo apagué en un cenicero próximo a mí. Refunfuñó pero sabía que no me podía replicar.
-Vale.
-Lo hago por tu bien. Anda, dime, ¿qué tal en la universidad?
-Bien, estoy un poco estresado con los trabajos. ¿Y tu empezaste Literatura, no?
-Sí, me gusta mucho por lo que llevo dado en clases.
-Me alegro mucho por ti- sonrió.
-¿Por qué no vives con tu abuela?
-No sería feliz. Quiero ser libre y eso me lo impediría.
-Pues yo vivo en nuestra casa de siempre. Espero mudarme a algún apartamento si esto acaba algún día. Me siento muy sola en una casa tan grande.
-Te comprendo, pero sabes que puedes venir cuando quieras- me contestó con una gran sonrisa en sus labios.
-Eres muy amable, Peter.
-¿Cómo están ellos?
-Están todos bien, pero tus hermanos te echan demasiado de menos.
-Y yo.
-Te comprendo. ¿Y tus padres?¿Sabes algo de ellos?
-Oh, mi padre sigue en combate, dice que ya queda menos para que la guerra acabe; y mamá está en el hospital, vive en casa con mi abuela, la voy a visitar casi todas las mañanas, antes de irme a clases, al hospital, y a mi abuela los fines de semana. Siempre nos vamos los tres a pasear a Hyde Park. Pero ahora que estás aquí en Londres necesitaré verte también- su voz recuperó la alegría.
-¿Seguro que tendrás tiempo?
-Segurísimo, Agathe.
Y así estuvimos charlando, y cuando fui al baño, todo cambió. En la pileta, pegado a su colonia, había un pintalabios. Rojo pasión. Y fue cuando cuadré todo: el extraño orden del apartamento y la rara atmósfera de la habitación. Volví a sentarme en mi silla, y mientras Peter me miraba, continué:
-¿Es guapa?- Y dejé el pintalabios encima de la mesa. Peter me miró de repente con cara de pánico, y su expresión cambió drásticamente. Pensó la contestación, pero no le quedó más remedio que ser sincero.
-Sí.
-¿Y cómo se llama?
-Odette- dijo con un suspiro de resignación.
-Anda, si tiene un nombre francés, como yo- contesté sarcásticamente- ¿Qué estudia?
-Arte.
-Oh, la chica salió bohemia.- dije secamente. Observé entre mis dedos el pintalabios- A mí no me queda bien el rojo, tengo unos labios grandes para un color tan vibrante.
-Agathe...- me suplicó.
-Me gustaba cuando decías mi nombre. Era como si nunca se gastara, porque tu lo decías tan bien... Repítelo.
Y no dijo nada. Se quedó mirándome fijamente. En sus ojos no veía más que un torbellino de recuerdos y me suplicaba perdón.
-Bueno, será hora de irme, ¿no crees?- Y me levanté.- Llámame si me necesitas. Si tienes alguna crisis existencial. Si vas a venir de vacaciones a East Leake. Si quieres bailar. Si necesitas tomar una copa de coñac a media noche, como lo hacíamos las últimas noches que pasaste en casa. Qué demonios, si tienes ganas de emborracharte. Si necesitas verme, en resumidas cuentas.
-No lo dudes- contestó, y me giré hacia la puerta, pues ya comenzaba a llorar- Ni dudes nunca que tu serás la mejor del mundo, y que nadie se compara a ti, Agathe, Agathe.- y repitió mi nombre tan despacio que tuve que salir de inmediato de aquella cárcel de sentimientos.
Me apoyé de espaldas a la puerta. Y pude escuchar cómo Peter comenzaba dentro a maldecir en alto, cerré lo ojos y lo volví a ver hundiendo sus manos desesperadas en su pelo, y volví a oler su colonia, y recordé sus besos, y volví a sumergirme en los recuerdos de cuando él y yo éramos uno.


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¡Hola! Muchísimas gracias por todo, me alegró saber que seáis tan fantásticas, en todos los sentidos, y me he tomado mi tiempo para reflexionar. Y sí, he decidido que esto no va a ser eterno, y sólo quedan dos capítulos, quizás como mucho tres. Y espero que os guste mucho mucho mucho, ¿vale? Siento ser tan breve, pero mañana tengo clase y madrugar me cuesta mucho. Aún así os quiero. Un beso enorme,
Paula :) 

lunes, 3 de septiembre de 2012

Capítulo 23 + Noticia.

-Estoy bien, estamos bien, mamá, no te preocupes, ahora no nos van a caer más bombas. Sí, se lo digo, volvemos mañana. Ahora te la paso, está aquí a mis espaldas-. Me giré- abuela, mi madre quiere hablar con usted-. Ahora viene, sí, os
quiero a todos. Adiós, mamá.
Dejé la sala de té de mi abuela y bajé las escaleras hasta la planta baja. Salí por la puerta de atrás y me adentré en jardín, el gran y colosal jadín, para ser más exactos. Estaba harta de las llamadas de mamá a todas horas desde que Peter y yo habíamos llegado en tren a Marlborough la tarde siguiente al bombardeo, el viernes. Tenía que hacer las maletas, pues el domingo salía nuestro tren, pero la verdad era que me importaba bastante poco. Aún seguía molesta con Peter por su calma ante el endemoniado bombardeo.


“-Oh. Mierda.- Dijo Peter con una tranquilidad inhumana tan pronto cerré la puerta.- Vamos.- Y caminó al armario a coger nuestros abrigos.
-Vamos, ¡¿adónde?!- Grité, su inoportuna calma me enloquecía.
-A la estación, si algo me han enseñado los bombardeos es que antes de que caiga la primera bomba han de pasar quince minutos desde la primera sirena.
Salimos a la calle y no paré de discutir con él en toda la noche, aparte de soltar unas cuantas lágrimas más en la estación. La tranquilidad que minutos antes ahogaba las calles londinenses se había vuelto en el caos.”


 
Y Joe... El tema de Joe era tan abrupto que ni siquiera sabía cómo reaccionar. Él me quería, pero yo no quería oírlo, me asustaba la verdad. Ese defecto mío me mataba, y queriendo obviar los problemas no se arreglaba nada, papá me lo repetía constantemente. Nadie sabía de lo que habíamos hablado aquella noche.
Caminé bastante rato y llegué a los establos de los caballos, donde escuché una voz femenina cantando. Entré y la vi. Evelyn llevaba unos pantalones y unas botas de montar magníficamente combinados con una camisa de montar. De pronto me di de cuenta de que nunca había entablado una conversación formal con ella, nunca se había dado el caso y nunca de daría, pensé.
-No toques a Spotlight.- dije a sus espaldas. Se sorprendió al verme.
-Oh, supongo porque es tu caballo, ¿no?
-No es asunto de tu incumbencia.- Tenía razón, aquel era mi caballo, al que habíamos trasladado allí, con el que montaba en el club de equitación de Greenwich. No lo había visto desde Navidad-. Pequeñín, te he echado de menos. ¿Qué tal te cuidan aquí?- Ignoré a Evelyn y hablé al caballo. Ella se fue murmurando por lo bajo, y no hice caso.- Ven, vamos a pasear un rato.- Fui a buscar el baúl donde estaba todo mi material de montar, que me quedaba un pelín estrecho, pues hacía tiempo que no montaba y mi cuerpo aún estaba cambiando.
-Oye.
-¿Qué?- me volví y ví que era Evelyn otra vez.
-Sólo quería preguntarte qué tal estaba Londres.
-Te entristecerá saber que tu querido Hyde Park, por donde tanto paseabas con tu estimadísimo Peter, se ha convertido en un huerto de legumbres de todo tipo.- Le dije sinceramente, pues una esquina del parque había sido destinada a esa tarea.
Monté en el caballo y una oleada se sensaciones volvieron a mi mente, sobre todo recuerdos de mi vida antes de la guerra, pero después de unos minutos de nostalgia, me dejé llevar la brisa primaveral que estaba encerrando aquella tarde.
-¡Agathe!

Me giré y pude ver a Peter unos veinte metros alejado de mi. Ordené a Spotlight que se dirigiera a él. Me bajé del caballo.
-¿Qué pasa?- Dije, pero de pronto recordé que aún estaba enfadada con él desde Londres, y cambié de tono.
-¿Porqué has hecho llorar a Evelyn?
-Ah, que te ha ido llorando a ti?- Comenté, incrédula.
-Sí, dijo que fuiste muy cruel con ella.
-¡¿Cruel?! Le dije la verdad sobre Hyde Park. Simplemente eso. Y me parece increíble que ella tenga que ir lloriqueando a ti.
-Agathe, eres tan bruta a veces... Deberías de haber sido más dulce.
-Dulce desaparece de mi diccionario cuando hablo con ella. Y ya. NO me lo discutas.
-Agathe, por favor, deberías pedirle perdón.
-Jamás.
-Vamos, ¿podrías tragarte tu enorme muro de orgullo por una vez en tu vida?
-He dicho que no. Que con ella no hablo. Y no voy a malgastar en tiempo hablando sobre ella tampoco.
-Ella es mi amiga.
-Amiga -repetí con desdén-, ella no es más que una lagarta que está enamorada de ti. Quizás, si es tan amiga tuya, no tendrías problema en ser su novia. Así la podrías besar y abrazar, aparte de que ella te cuente todas las crueldades que cometo con ella.
-Déjate de ridículeces.- Se llevó las manos al pelo, desesperado-. No quiero nada de Evelyn. Vives enfadada con el mundo, y éste no te ha hecho nada.
-Ha hecho que tú existas, y que me amargues la existencia, Peter Jones.- Respondí fríamente.
Me fui a los establos, sabiendo que toda la palabrería que había soltado sobre Peter no era verdad, y no hablé más con nadie el resto de la estancia en Marlborough.

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Hooooooola hola! Bueno, aquí estoy, sigo viva (olé yo). Bien, siento faltar a mi palabra, pero me entró una crisis de escritora frustrada, aunque sé que eso no arregla nada. También sé que este capítulo es extremadamente corto, pero lo vamos a llamar "capítulo de transición". A ver, no sé si es sólo a mi a quién le pasa, pero me parece que la historia avanza lentamente, como una tortuguita. Y esto es lo que me fustra. Ahora necesito vuesra ayuda, me encantaría que me respondiéraís con sinceridad las siguientes preguntas, y os doy las gracias de antemano por vuestro valioso tiempo:

1º. ¿Os parece muy lenta la historia? ¿Os cansa?

2º. ¿Qué opináis de Agathe?¿Qué opináis de Peter?¿Qué opináis sobre Joe?

3º. ¿Qué pensáis sobre la relación Peter-Agathe? ¿Y sobre la relación Joe-Agathe?

4º. ¿Si estuviera en vuestra mano, cambiaríais algo de la historia en general?

5º. ¿Queréis, como lectores que sóis, que haiga un salto adelante en el tiempo? (Estoy hablando de uno o dos años. Tened en cuenta que la historia trascurre en 1941)

Muchísimas gracias. No os dejéis influenciar por lon comentarios del resto, así hay más variedad de opiniones :D


Ahora os hablaré un poco de mi verano, que se está acabando desgraciadamente. Os lo contaré cronológicamente.
En Galicia el tiempo no acompañó, por lo que la playa la pisé relativamente poco. Este año me obsesioné un poco por mi piel, y me compré crema solar protección "50+", aparte de la de protección "90" para la cara. 
He ganado una cicatriz (entre las otras cien) en la rodilla, pues una imbécil hizo que resbalara en el asfalto.
Fui todo el mes de Julio a clases de alemán a Santiago de Compostela :/
En Agosto recorrí todas las fiestas.
Mis dos mejores amigas y yo creamos un canal de Youtube (abajo os lo dejaré)

Tuve un pequeño affaire amoroso con un sujeto masculino.

Desde la semana pasada tengo un esguince (aquí yo dando a saber mi tendencia a caerme y a tener esguinces en mis pies).
No viajé fuera de España.
Perdí mi cámara de fotos.
Un amigo mío se murió. (No lo lamentéis, ya estuve destrozada).
¿Qué más? No sé...
Bueno, aquí abajo os dejo mis redes sociales y mis otros dos blogs. Espero que me ayudéis con la historia, os lo agradeceré mucho, enserio.



Mi correo es este : paulareybalina@gmail.com , podéis mandarme alguna sugerencia o alguna cuestión a él.

Un besazo enooooooooooooooorme a tod@s, 

Paula.


P.D: CURIOSIDAD: el día uno de septiembre hizo 73 años de que Hitler mandara invadir el Corredor de Danzig, en Polonia, por lo que podemos decir que ese día estalló la Segunda Guerra Mundial.


sábado, 7 de julio de 2012

Capítulo 22


-¡¿Qué?!- exclamó Peter.
-Lo que has oído.
-Estás loca, Agathe.
-Considéralo como un leve delirio mental que a veces me invade. ¿Me vas a ayudar? Puedo hacerlo sola.
-¿Cómo te voy a dejar sola? Nos vamos a Londres, Agathe querida”.
Aquella fue la reacción de Peter tan pronto me escuchó decir que nos íbamos a Londres.
Ahora nos encontrábamos viendo la desolación que invadía la ciudad mientras andábamos por las casi desiertas calles. Ningún barrio se libró de las bombas, y bajo aquel cielo sin nubes parecía que todo se había acabado, cuando sabíamos que no. Ni Peter ni yo habíamos hablado desde que salimos de la estación de Charing Cross, no porque no quisiéramos, sino porque nos habíamos hecho una idea ligera y equívoca de cómo nos encontraríamos Londres en el tren. Nos había costado sudor y lágrimas convencer a mis padres para que nos dejaran ir, pero al final se ablandaron y finalmente cogimos el tren de las doce hacia Charing Cross el veinticuatro de abril. Casi era la hora de cenar cuando bajamos del tren.
-¿Hacía dónde vamos?- Rompió el silencio Peter.
-A mi casa, si sigue en pie-. Contesté sarcásticamente.
-Esperemos que sí. ¡Mayfair era tan bonito!
Vivíamos en Mayfair, pero nuestras casas estaban bastante lejos la una de la otra. Llegamos poco a poco a la calle de mi casa. Dejé la maleta en el suelo y comencé a correr. Corrí toda la calle como una desesperada buscando y deseando que mi casa siguiera en pié.
Allí estaba, alzándose majestuosamente, con la fachada de piedra con millones de detalles tallados en ella.
-¡Sigue aquí!- Grité al aire. Vi a Peter cargado de mis maletas y las suyas.
No podía dar crédito a lo que estaba viendo. Ni un rasguño. Abrí la verja. La hierba del minúsculo jardín delantero estaba bastante alta, subí las escaleras y de la euforia por estar otra vez en casa casi no pude abrir la puerta. Cuando lo conseguí, entré rápidamente en casa. Todo estaba tal y como lo habíamos dejado aunque con una capa de polvo encima de las sábanas blancas que cubrían los muebles y un intenso olor a cerrado.
-Me gusta tu casa-. Oí a Peter por detrás de mí al deslizarse por la puerta.
-Y a mí...- Contesté.- Y a mí...
Me ayudó a quitar todas las sábanas y a hacer la cama de mi habitación y la de mi hermano. Desapareció unos instantes y pronto supe para qué, pues había encendido el tocadiscos que estaba en el pasillo, el que bajaba papá torpemente por las escaleras cuando venían invitados a cenar a casa. Sonreí recordando viejos tiempos.
-¿Por qué te ríes?- Me preguntó él. Subí y bajé los hombros como contestación.- Hacía tiempo que no te veía tan feliz. ¿Es por Sullivan?
-No, bueno, en parte sí, supongo, pero también me alegra venir a Londres.
Y me extendió la mano caballerosamente y nos pusimos a bailar un swing durante bastante rato en el que disfruté tanto que casi preferí por instantes quedarme en casa bailando toda la noche, pero todo lo bueno acaba, y fue él quien me dijo si parábamos de la manera más dulce del mundo, e hizo que me sonrojara y me metiera en mi habitación rápidamente no sin antes sonreírle desde el marco de la puerta:
-Tengo ganas de verte con tu vestido, estarás arrebatadora, como siempre, cielo.
Me preparé, y me puse un vestido azul oscuro hasta los pies y unos zapatos de tacón. Hasta me pinté los labios de rojo cuando me maquillé. Me recogí el pelo en un moño, dejando caer un os mechones a los lados de mi cara. el Peter también venía con nosotros, íbamos a cenar en un restaurante con el resto de los pilotos y después a bailar. Bajé las escaleras de madera y Peter me esperaba en la puerta, vestido con traje y una pajarita roja. Estaba realmente adorable.
-Estás -comenzó a decir- realmente preciosa esta noche.- prosiguió tras respirar profundamente.
-Gracias, tú también. ¿Nos vamos ya?
-Vamos.
Comenzamos a andar bajo la templada noche de Londres. Lo cogí del ganchete. En Oxford Street encontramos el restaurante en el que Joe me había dicho que debíamos ir. Lo pude ver en la entrada con Steve. Ambos llevaban el uniforme formal de aviadores. Nuestros ojos se cruzaron volátilmente como tantas otras veces. Corrí hacía él y lo abracé, y me levantó con sus fuertes brazos, que desde que no lo había visto estos aumentaran de tamaño, estaba mucho más fuerte.
-¡Agathe! Te he echado tanto de menos que no me llegaba el día de hoy.
-También te he he echado mucho de menos, Joe, me tienes que contar todo lo que has hecho en este tiempo, te lo ruego. Además, estás muy elegante esta noche.
Durante la cena, donde conocí a demasiados aviadores y novias de estos, apenas pude intercambiar palabras con Joe, Peter y Steven, pues Elizabeth Boyle, una muchacha “amiga” de Steve, no me dejó en paz. Joe nos contó que pronto comenzaría a volar. Me entristecí. Las mesas del restaurante estaban cerca de la pista de baile de este y cuando habíamos acabado de cenar, un hombre bastante trajeado se acercó al micrófono del escenario y habló:
-Damas y Caballeros, me place presentarles en primicia, a un rey del swing que esta noche tocará para ustedes con su espectacular orquesta, ¡les hablo de Benny Goodman!
Y el público comenzó a aplaudir fervientemente mientras la orquesta y el señor Goodman se posicionaban en sus lugares. Yo estaba entusiasmada, ya que adoraba a aquel hombre y a su orquesta. Comenzaron a tocar y yo arrastré a Joe a la pista, y ambos comenzamos a bailar y a mover las caderas al son de la música. La gente invadía la pista y disfrutaba, evadiéndose de sus problemas. Tras intercambiar bailes con Peter, Joe y algún que otro personaje durante toda la noche, Joe me pidió marcharnos para pasear, y acepté no sin antes preguntarle a Peter si no le importaba, y él me dijo que no.
Comenzamos a caminar, el cielo se había cubierto, menos la luna, que iluminaba las calles acompañando a las farolas.
-Tengo miedo a no volver de algún vuelo.
-Yo más.
-Es por el simple hecho de no volver a verte más.
-No me digas eso, Joe, vas a volver, y vas a ser un gran hombre. Ya lo eres ahora, pero estás tan lejos...
-Agathe, necesito pedirte una cosa.
-Dime-. Contesté, y lo cogí de la mano. Él me agarró ambas.
-Cásate conmigo.
Me quedé congelada.
-¿¡Qué!?
-Necesito que te cases conmigo, te necesito a ti, no sé vivir si no es contigo. Quiero tenerte todos los días de mi vida, y no sabes bien cuánto te quiero, Agathe Perkins. Tu padre me dejo pedirte la mano antes de irme.
Eso me había dejado congelada, pues aquellas no eran mis expectativas. Ni esperaba que fuera aquel tema del que mi padre y Joe hablaran antes de que él se fuera.
-Yo...- No sabía que decir- Joe, yo quiero ir a la universidad cuando esto acabe, y no quiero estar atada a nadie...- Las lágrimas caían ya a mares por mis mejillas- No sabes cuánto te quiero, Joe Sullivan, me has pillado desprevenida y no puedo pensar con claridad. No sé si me podrás perdonar algún día, pero si me hubieras hecho preguntado esto en un futuro me replantearía esto, pero ahora...- titubeé- temo que mi respuesta es no-. Y me lancé a su pecho. Él no contestó, sabía muy bien cuando no hablar.
Y lloramos los dos en el medio de a calle bajo la luna de londinense.
A las dos de la mañana le di un dulce beso en la mejilla y le susurré al oído que cuando él volviera a la base le llamaría, y le rogué que se cuidara y que me perdonara. Mi mano seguía unida a la suya cuando había andado dos pasos, y lentamente me solté.
Comencé a caminar a casa, cada vez me estaba enfadando conmigo misma más hasta que al llegar a la verja de casa tenía hasta ganas de pegarme del enfado que tenía encima.
Suspiré. Abrí la puerta de casa. La cerré con un portazo. Lloraba. Y en una milésima de segundo me paré a ver a Peter en la penumbra, sentado en las escaleras esperándome, pues las sirenas comenzaron a sonar, como otras miles de veces en el aire de Londres.

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¡Hola! Siento la tardanza, pero a mi mis vacaciones, no me están llegando a nada, pues todas las mañanas durante Julio tengo que ir a clases de alemán (paradógico, ¿eh?), pero os prometo que voy a subir capítulo cada dos días. PALABRA DE PAULA ANTÍA. ¿Qué os ha parecido el capítulo? ¿Interesante, genial o aburrido? Me lo contáis abajo, pues estoy muy orgullosa de este capítulo en concreto, os lo juro.
Bueno, os mando un beso y un saludo enormes, comentad mucho,

Paula*

 
Os quiero <3

domingo, 13 de mayo de 2012

Capítulo XXI


En Londres siempre había ruido. Siempre, hasta en las más profundas y negras noches. No me desagradaba, pero adoraba el silencio. Y en East Leake podía conseguir silencio, adentrándome en el bosque, paseando por la escuela los fines de semana, cuando estaba vacía, o en la pequeña biblioteca de papá en el tercer piso. Incluso los domingos por las mañanas en las calles del pueblo se podía encontrar silencio, ya que todo el mundo estaba en la iglesia. Porque aquellos días necesitaba silencio y fácilmente lo encontraba.
Y pronto comenzó a llegar, despacio, la primavera; pero en mi corazón volvió a ser invierno, un invierno frío y oscuro. Las noches de las semanas siguientes a la marcha de Joe no pude dormir, porque pesadillas invadían mi mente. Sudaba gotas frías entre las calientes sábanas, y más de una vez en la misma noche me levantaba de golpe.
Joe había llamado a mediados de la semana siguiente a su marcha, y me comunicó que estaba en una base cerca de Crawley, y que su primera semana había sido muy dura. Se despidió con un “te quiero” y con la promesa de que se cuidaría. Eso fue a finales de febrero, y no fue hasta principios de Abril, cuando los pájaros comenzaban poco a cantar, cuando recibí su primera carta. Estaba sellada con el logotipo de la Royal Air Force y con mi nombre completo escrito con la hermosa caligrafía de Joe. “ A Lady Agathe Marie Perkins”.
-Joe también nos ha enviado una carta, es la primera que recibimos de él-. Había dicho el Señor Sullivan, el padre de Joe y el cartero de East Leake. Su voz sonaba realmente apagada, e intenté consolarlo.
-No se preocupe, Joe sabe cuidarse.
-Eso espero, querida. Eso espero-. Y forzó una débil sonrisa.
En la carta Joe me contaba que su oficial le había dicho que mejoraba cada día y que aspiraba a ser un gran piloto. Eso me entristeció, porque eso aumentaba más su autoestima y iba a querer volar a toda costa. Me decía que me echaba demasiado de menos, y que esperaba poder llamarme pronto, porque las líneas siempre estaban ocupadas por su general para saber las últimas horas de la guerra. Comentaba también que iba poder ir a Londres cada último jueves de cada mes, y me invitó a ir el día 24 a cenar. En parte me alegré muchísimo, pero temí por un momento que no me dejaran ir. En cada párrafo no se candaba de decirme cuánto me quería, y yo me sonrojaba mientras leía la carta. Se despedía pidiéndome que llamara yo a la base de Crawley cuando recibiera su carta, porque las llamadas entrantes eran más fáciles que ser contestadas. “Nunca olvides que estoy aquí queriéndote más que nunca”, escribió antes de dibujar su firma.
-¿Paseamos un rato en barca?- Me dijo Peter el sábado después de comer, acercándose a mi por detrás.
-Vale-. Contesté secamente.
Me ayudó a subirme a la barca. Mamá estaba en el huerto con Muriel. Papá estaba en el banco leyendo el periódico. Los niños corrían por la hierba con un balón. Hacía un día alegre y caluroso.
-Me gustan tus gafas de sol-. Dije, rompiendo el silencio. Ya estábamos en el medio del gran lago, y él fijó su vista en la otra costa de este, en el bosque donde había otro embarcadero.
-Me las envió mi padre. Son las que usan los aviadores. Me las regaló a modo de disculpa de no haber podido venir a visitarnos. No me parece justo, Agathe, yo me llevaba muy bien con mi padre, y creo que merecemos que nos venga a visitar a mis hermanos y a mí-. Dijo con tono ausente.
-Hoy ha llegado una carta de Joe.
-Ah-. Contestó con tono nostálgico.
Me puse a jugar con el agua. Él se tumbó a lo largo del asiento. No teníamos ganas de hablar.
-Papá habló con él el día que cenó aquí-. Dije.
-Supongo que le dijo cosas sobre cómo volar y cómo intentar cuidarse-. Me observó con sus ojos a través de las gafas.
-No creo.
-Olvidas que tu padre voló en la Primera.
-Pero era diferente, Peter.
-No, la supervivencia es algo igual desde que los seres humanos existen.
-Tengo miedo.
-No lo tengas. Joe puede valerse de sí mismo.
-Quizás...
-Creo que no deberíamos ponernos así. Tan tristes, digo-. Dijo Peter.
-Es verdad. Por cierto, mamá le ha hecho una tarta a Ian Perth.
-¿A Ian?- Preguntó extrañado.
-Sí, dice que en la base no les dan comida de verdad. Además, quiere quedar bien con su familia.
-¿Se la vas a llevar?
-Sí, supongo, necesito que me de el aire. ¿Quieres venir?
-No, voy a ir al pueblo. Quiero ofrecerme voluntario para ocupar el puesto de Joe en el museo. Podemos bajar juntos hasta el pueblo y después coges el camino hacia la base.
-Vale. Gracias, Peter.
Y volvimos a la orilla. Me cambié y me puse un vestido rosa de media manga y unos zapatos negros. Me recogí mi pelo liso en una coleta.
-¿Estás lista?- Me dijo Peter después de que yo me reuniera con él en el porche tras coger la tarta.
-Sí, vamos.
-Trae, yo te llevo la tarta. Vas demasiado bonita para que te manches.
Me sonrojé y no puse ninguna objeción al ofrecimiento de Peter.
Diez enormes hangares y dos edificios constituían la enorme base aérea. Desconocía que aquel lugar fuera tan grande. Como no sabía adónde dirigirme, me acerqué a un piloto que pasaba por allí.
-Perdona, ¿sabes donde se encuentra Ian Perth?- Pregunté, y él pareció extrañarse al ver a una mujer allí. Aún así, me sonrió.
-Está en el hangar cuatro, señorita. Espero que lo encuentre, pues el cuatro es el más grande de los hangares-. Contestó cordialmente.
-Muchas gracias-. Los otros pilotos que iban de un hangar a otro se quedaban mirando hacia mí, y tenía vergüenza ante todos esos jóvenes.
-De nada...
-Lady Agathe Perkins-. Completé.
-De nada, Lady Perkins-. Y me dedicó otra sonrisa.- El capitán Hallselt siempre a su servicio-. Me pareció realmente joven para ser capitán, por lo que supuse que debía de ser muy bueno.
Tuve que andar un buen trecho, y pasaba delante de los hangares abiertos y los pilotos paraban de hacer sus tareas para observarme. Escuché alguna que otra memez por parte de algún salido y simplemente o ignoré. Llegué al número cuatro. Estaba intentando subirse al ala de un Spitfire cuando él me vio.
-¡Agathe! ¡Cuánto tiempo sin verte!- Y esbozó una amplia sonrisa con entusiasmo.
-Sí, las cosas no van todo lo bien que desearía-. Contesté mientras él se acercaba a mí, alejándose de los compañeros con los que estaba-. Un amigo mío se ha ido también a una base aérea.
-Oh, ya veo...- Contestó con trsiteza.
-Mi madre te ha hecho esto-. Comenté entregándole la tarta, la cual él miró mientras la boca se le hacía agua.
-¡Muchas gracias! Tiene muy buena pinta. La verdad es que aquí no nos dan la comida tan rica como la de casa-. Y me reí al escucharlo, porque fue lo que dijo mi madre.
-Me alegro de que te guste-. Dije sinceramente-. Y qué, ¿te gusta esto?
-Sí, es un poco duro, pero se aguanta. Además, muchas “amigas” de los compañeros vienen a visitarlos y hasta uno se ríe con las tonterías que dicen.
Pasamos el resto de la tarde hablando. Me despedí de él con un abrazo y le prometí que volvería a visitarlo. Al llegar al pueblo me encontré con Peter, que salía del museo. Me alegré al verlo.
-Me han dado el puesto de Joe-. Dijo.
-Eso es fantástico, Peter-. Contesté.
-Sí, supongo que sí. Es mejor que estar en casa sin hacer nada-. Noté la tristeza en su voz.
-Peter, vayámonos a casa y hablemos.
-Sí, será mejor-. Y me rodeó con un brazo mientras tomábamos el camino de vuelta.
-Sabes, creo que eres más alto que cuando te conocí-. Comenté, y logré sacarle una pequeña sonrisa de la comisura de sus labios.
-El día en el que te conocí seriamente fue el día más maravilloso de mi vida, Agathe.
Hizo que me sonrojara, y que no pudiera hablar más con él en el camino sobre su tristeza. Rompí el silencio antes de entrar por la puerta principal, mientras el sol se ponía en el horizonte.
-Nos vamos a Londres, Peter querido.

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No me matéis, por favor!!!!!!
Siento no haber publicado antes, pero la vagancia extrema que me invade a la hora de ponerme a escribir el matadora.
Espero que os haya gustado el capítulo y que comentéis mucho, porque ultimamente  veo que no comentáis como antes, y me pone un poco de mal humor (Siempre hay excepciones :D )
 Bueno, un beso enoooorme,

Paula* 

jueves, 3 de mayo de 2012

Ideas convertidas en tinta digital.

Hooooooooooooooooooooooola! El capítulo 21 llegará pronto, pero os tengo que dar una noticia, my lovely followers.
Veréis, ya hacia tiempo que mi mente maquinaba una nueva historia, y hasta el domingo no me vinieron fuerzas para escribirla, porque yo soy así de VAGA ,  y he creado un nuevo blog: If time is all we have.
Me gustaría que os pasárais y que si os gusta, lo siguiérais, porque me hace muuuucha ilusión este proyecto.

Sin nada más que agradecéroslo todo, me despido con un gran abrazo ^^
Besis,


Paula*




P.D: el fin de semana subo el nuevo capítulo de "Amarte a rabiar"

martes, 3 de abril de 2012

Capítulo 20


Debía de haber estado llorando bastante rato, porque casi ya estaba vacía de lágrimas cuando Peter llegó a la azotea.
-¡Agathe!- Exclamó-¿Qué te ha pasado?- Y se acercó a mí.- ¿Te han hecho algo?- Preguntó.
Negué con la cabeza. Simplemente me dejé acariciar por el joven que estaba a mi lado.
-No llores. No pasa nada. Ya pasó-. Y en aquel momento, cuando pronunció las dos últimas palabras que siempre me decía Joe cuando yo lloraba en su pecho hizo que de mis ojos salieran más lágrimas aún, como un río-. Venga, Agathe, vayamos dentro-. Asentí.
-Lo siento, Peter. Soy muy mala persona. No debería...- Y no me dejó acabar, porque me interrumpió.
-No me pidas perdón por nada. Siempre estuviste perdonada. Siempre, Agathe. Además, la culpa es mía por no decirle a Evelyn desde el principio que no la quería. Soy un estúpido.
-Deja a Evelyn en paz. No me la recuerdes, te lo suplico-. Y entre eso, habíamos bajado a la puerta principal.
-Espera aquí, iré a por tu abrigo y le diré a tus padres que nos vamos andando. ¿O quieres que te vean con esos ojos hinchados?- Dijo.
Forcé una sonrisa.
-Ella te quiere.
-¿Quién?
-Evelyn. Evelyn Ford te quiere. Sus ojos se llenaban de brillo cuando te veía-. Contesté.
Él no dijo nada, nos limitamos a seguir andando el trecho que nos quedaba para llegar. Papá, mamá y los niños volverían mucho más tarde en coche.
Estaba muerta de sueño, por lo que al llegar a casa me metí en mi cama, y Peter me arropó.
-Buenas noches, Agathe-. Dijo dulcemente.
-Buenas noches, Peter.
La semana siguiente no me digné a ir a clase, pues mi ánimo estaba por los suelos. Papá no daba explicación a mi desgana. Mamá simplemente me preguntaba qué me pasaba, pero yo me negaba a contestarle. Los niños intentaban animarme montando espectáculos teatrales en el salón, teniendo a Peter y a mi de espectadores. Ellos lo hacían bastante bien, porque lograban que disiparan mi pena durante un rato.
Quizás fuera por mis diecisiete años y porque mis sentimientos estaban a flor de piel, pero no paraba de llorar en silencio. Tampoco paraba de darle vueltas a las duras palabras de Joe, pero las últimas que pronunció habían sido confusas. Debía devolverle su chaqueta, en aquellos momentos colgada en una percha en mi armario. Me levanté de la cama, aún con camisón, y abrí la blanca puerta por la que se accedía al armario. Me acerqué a la chaqueta y la olí. Su colonia era el causante de que mis sentidos se embobaran. Sentía a todo el Joe que conocía: inteligente, maduro, respetuoso y todo un galán.
Mis amigas me visitaban por las tardes, y me decían que Joe había dicho que si no iba a clase, que vendría él a por mí. Pero fui yo a devolverle a su casa el domingo.
La nieve estaba derretida completamente, aunque el cielo estaba gris, y las nubes se fundían las unas en las otras. Hacía frío. Yo estaba enfundada en mi abrigo marrón, pero había cuidado el más mínimo detalle en mi vestimenta. Me había puesto un vestido de lana, tricotado por mi madre, unos zapatos marrones a juego con mi abrigo y hasta me había puesto un poco de colorete. Él llevaba unos pantalones color crema y una chaqueta azul oscura por encima de su camisa con tirantes. Sus cabellos bailaban graciosamente con el aire cuando me abrió la puerta.
-Hola, Agathe-. Dijo seriamente.
-Hola, Joe-. Dije, bajando la cabeza.
Durante un par de minutos él y yo estuvimos observándonos en el porche, al frío invernal.
-Yo venía a traerte tu chaqueta-. Dije.
-Ah, no tenías por qué preocuparte. A partir de ahora voy a usar más el uniforme.- Esa última palabra caló en lo más fondo de mi ser-. Entremos. Mis padres ha ido a casa de mi tía Kitty.
Lo seguí. Nos sentamos en el sofá después de que él se ofreciera a quitarme el abrigo.
-¿Té?- Preguntó.
-Sí, muchas gracias-. Contesté.
-Vengo ahora.
Oía el ruido que hacía Joe buscando el té en la cocina. Yo observé el acogedor salón de la casa de los Sullivan. Quizás había un exceso de tapetes que la señora Sullivan había hecho, pero daba igual. Había un cuadro de un hombre mayor que pensé que era algún antepasado de Joe; una gran estantería llena de libros que el señor Sullivan cuidaba con mucho cariño, una mesa de café, una radio, dos sofás más aparte de en el que yo me había sentado, y una mesa redonda el la cual la señora Sullivan tenía fotos familiares. En la mesa de las fotos contemplé una foto de Harry, el hermano mayor de Joe. Era un joven no muy apuesto, totalmente distinto de Joe. En vez de tener los ojos azules como el mar caribe como Joe, Harry los tenía de color marrón oscuro, y su pelo era tan pelirrojo como su madre, no como Joe, que había heredado el pelo azabache de su padre.
-Harry no va al frente. Dicen en la universidad que tiene demasiado potencial para poner en peligro su vida. Estoy de acuerdo con ellos-. Comentó Joe mientras se sentaba de lado mía.
Me molestó que dijera eso de su hermano, porque me parecía injusto que Joe lo valorara más que a él mismo.
-¿Cómo puedes decir eso, Joe? ¿Acaso crees que tu no tienes potencial?-. Pregunté.
-Estoy destinado a luchar por Inglaterra, Agathe. ¿Qué quieres, que me quede aquí toda mi vida y que no vea más mundo que Nottinghamshire? Porque me niego a aceptar eso-. Contestó.
-Puedes ver todo el mundo que quieras, Joe. Y no estás destinado a servir a tu país. Si no fuera por tu obstinación con la patria, este otoño hubieras comenzado la universidad. Y si te vas, yo sí que pondría muy triste, porque ahora soy yo la que se niega a que pongas tu vida en juego.
-Volveré, Agathe. Iré a la universidad, lo prometo-. Dijo, mientras me miraba fijamente a los ojos.
-Esto no es un juego, como cualquier niño juega en la calle. Estamos en guerra, Joe, y la vida de todos los hombres que están defendiendo Gran Bretaña arriesgan sus vidas todos los días. Algunos se salvan, pero otros no viven para contarlo. ¿Quieres que este país se quede lleno de viudas de guerra?
-Yo quiero volver cuando esto acabe, pero necesito más que la monótona vida que East Leake ofrece.
-Vete. Pero no a la guerra. Puedes irte a vivir a Londres, y que te caiga una bomba encima, o que duermas con el temor a que por la noche destrocen tu casa y que no te despiertes por la mañana. ¿Quieres eso? Adrenalina nocturna. Y después sales de los refugios en las estaciones de metro y corres al Speakers' Corner y gritas lo que tu quieras-. Le dije.
-Agathe, no sabes lo duro que es dejarte aquí, de verdad-. Dijo con tono suplicante.
-Por mí no te preocupes, estaré muriéndome aquí, con el corazón hecho un puño, y la conciencia intranquila pensando en qué puedes estar haciendo en cada segundo del día, pero tú estarás pasándotelo genial derribando aviones en el cielo. Por lo menos pide que te manden a hacer las prácticas con el escuadrón de Ian. Aquí, cerca.
-Sé que voy a ver muchas penas en la batalla, pero debo ser fuerte.
-Sobre todo eso, Joe, no puedes permitir que el miedo te domine-. En aquellos momentos ya había comenzado a comprender que Joe me iba a dejar en aquel triste lugar.
-Escucha, lo siento por lo del otro día.
-Oh, lo siento yo más, no debí de darte un en la mejilla-. Y le acaricié donde días atrás le había dado.
-La culpa es mía, me puse celoso.
-Olvidémoslo, ¿sí?- Le dije cariñosamente.
Y me abrazó.
-Tengo miedo, Joe, mucho miedo-. Susurré a su oído.
-No lo tengas...
Y llegaron el señor y la señora Sullivan. Pero a Joe y a mí nos había dado tiempo de deslizarnos por la puerta trasera, y habíamos cruzado el jardín hasta llegar a la calle.
-Se está haciendo de noche, debería acompañarte a casa-. Dijo Joe.
-No hace falta, aún hay algo de luz-. Repuse yo.
-Venga, vamos, y así damos un paseo.
-Vale, gracias.
Habíamos caminado bastante cuando le pregunté:
-¿Y cuándo te vas?
-El viernes me voy a Londres. En el Ministerio de guerra nos destinan a todos. Supongo que el domingo estaré en la base de prácticas.
-Ah, yo te acompaño a la estación.
-Gracias.
-Dime una cosa. ¿Cómo se te dio por querer volar?- Pregunté, intrigada.
-Mi abuelo tenía un avión en su casa, y cuando era pequeño me llevaba en él-. Contó nostálgico.
-Me encantaría poder ir en un avión-. Dije.
-Te juro que te llevaré en uno, Agathe.
Y llegamos al portal de mi casa.
-¿Quieres entrar?
-Oh, no, está tu padre allí paseando entre las camelias-. Dijo. Era verdad que mi padre estaba ahí, no me había fijado.
-¡Joe!- Llamó mi padre.
-¿Qué quiere?- Pregunté discretamente mientras mi padre se acercaba.
-No lo sé-, masculló entre dientes para que mi padre no lo oyera-. ¿Sí, señor Perkins?
-Querido Joe, debo de hablar contigo. Pasa y vamos a mi despacho. Agathe, tenemos visita dentro.
Me quedé helada al ver quien era nuestra visita. La señora Jones. La madre de Amelie, George y Peter estaba sentada con sus hijos en el sofá, mientras ellos no paraban de abrazarla. Mi madre, que estaba con mi hermano en el otro sofá, cuando me vio me llamó y la señora Jones se acercó a junto mía.
-¡Agathe, qué grande y qué guapa estás!- Dijo llena de júbilo aquella hermosa señora, con los cabellos rubios recogidos en un precioso moño. Tenía las mismas facciones que sus hijos, y era realmente guapa.
-Muchas gracias, señora Jones.
-Mamá, Joe está hablando con papá en el despacho.
-Vale, querida. Dejemos a Margaret y a los niños hablar. Vamos, Lucas.
Y los dejamos en el salón, mientras que mamá, Lucas y yo fuimos a la cocina, donde Muriel preparaba la cena.
-¿Muriel, no te importa que se quede a cenar Joe? Como ya se queda Margaret...- Dijo mi madre dulcemente a Muriel.
-Oh, no, Laura. Tenemos suerte que aquí en East Leake no falta de nada y nos ayudamos los vecinos mutuamente, porque me pregunto yo cómo podíais vivir bien en Londres con los cupones...
-66 cupones al año, Muriel, aquello era tremendo-. Dijo mi madre.
-Agathe, pregúntales a Joe y a tu padre si les queda mucho-. Me dijo Muriel.
Llamé a la puerta del despacho, la abrí, y pregunté:
-Muriel quiere saber si vais a tardar mucho, para servir la cena-. Me dirigí a mi padre.
-Nos queda un rato, Agathe, dile a tu madre que llame a casa de Joe, que Elizabeth Sullivan se va a preocupar.
-Oh, señor Perkins, no hace falta que me inviten, me voy andando tranquilamente-. Dijo Joe.
-Sí que hace falta, y no se hable más-. Dijo mi padre-. Lo siento, Agathe, tienes que irte, que estamos hablando de una cosa muy importante-. Sentenció.
Y antes de que cerrara la puerta pude observar lo delicioso que estaba Joe con su camisa con tirantes, apoyado en la mesa.
Como el salón estaba ocupado, me dediqué a ayudar en la cocina, y, tras eso; me cambié de ropa y cambié a mi hermano.
Durante la cena, Margaret Jones nos contó tristemente cómo era la vida en el hospital, y que Thomas Jones, su marido, por suerte no había sido derribado. Dijo que en aquellos días estaba en una misión secreta de reconocimiento de los terrenos sometidos por el Eje.
Papá sorprendentemente cogió el coche y llevó a Joe a su casa. Los niños se fueron a dormir, mamá y la señora Jones quedaron en el salón charlando y Peter y yo nos dirigimos hacia nuestras habitaciones.
-¿Quieres hablar? Te noto triste-. Dijo Peter.
Y la verdad es que me había sumido en una profunda tristeza cuando Joe se fue con mi padre.
-Tú no te vas, por suerte-. Le dije tras entrar en mi habitación, pues él me había seguido.
-Si vengo aquí para refugiarme, lo lógico es que no me vaya.
-Ya, ¿e irás a la universidad en otoño?
-Eso espero.
-Entonces tú también te irás de todos modos.
-Vendré a visitar a mis hermanos, y sobre todo a ti.
-Sigo pensando que mi mundo se desmorona a pedazos enormes, y que no lo puedo evitar.
Y seguimos hablando hasta bien entrada la madrugada, cuando me quedé dormida.
La semana se pasó en un abrir y cerrar de ojos, aunque estuvo muy ocupada, porque Margaret Jones se quedó con nosotros. El lunes casi no me pude levantar del sueño, por culpa de mi tertulia con Peter. El miércoles fui a Nottingham, la gran ciudad del condado, a comprarle a Joe una pluma, una estilográfica y tres libretas por su cumpleaños.
Y finalmente, el viernes llegó. A las dos y media de la tarde me presenté en la estación con mi padre y Peter. Este último había querido ir con nosotros porque Steve también se iba con Joe, y quería despedirse de ambos.
Vi a Joe con sus padres, y a Steve con los suyos. Elizabeth Sullivan lloraba, y Joe la abrazaba. Me vio, y yo sonreí. Soltó a su madre y se acercó.
-¿Damos un pequeño paseo? El tren viene con retraso-. Dijo.
-Vamos-. Contesté mientras nos alejábamos-. Toma. Felicidades, Joe-. Y le entregué el paquete que tenía en mis manos.
-No hacía falta que me regalaras nada, me bastaba con que vinieras a despedirte-. Y abrió el regalo. Su rostro se iluminó.
-Para que me tengas al día de tus aventuras surcando el cielo.
-Gracias, Agathe. Por supuesto que te escribiré. Todos los días, por ti.
-Prométeme que no te olvidarás de mí. Y que te cuides mucho, porque no soportaría la idea de no volver a verte nunca más-. Y tras decir eso, unas lágrimas comenzaron a salir de mis ojos.
-Ey, no llores, por favor. Me duele mucho tener que dejarte-. Y me acercó a su pecho-. Te llamaré cuando llegue a la base, ¿vale?
-Sin falta, Joe.
-¿Puedo pedirte un último favor?- Y me arrimó a una columna, sin que nadie nos viera y puso sus manos en mis caderas.
-Mmm... Depende, Joe-. Dije, pícara.
Y me besó. Un beso robado de las comisuras de mis labios. Fue un beso largo, al que yo correspondí. Joe me estaba dando todo el amor que en aquellos momentos me podía dar. Sus labios eran dulces y carnosos, y nuestras lenguas se enredaban con el temor de que nuestros padres nos vieran, aunque estaban a unos cien metros de nosotros. Nos quedamos sin aire en los pulmones y nos separamos. Me miró a los ojos.
-Te he querido desde que apareciste en este pueblo. Desde que diste la primera pisada en el adoquinado.
Iba a contestarle pero el tren apareció en el andén. Corrimos a despedirnos de su familia. Peter estrechó fuertemente su mano con la de Joe. Igual lo hizo mi padre. Joe abrazó a sus padres y después, por último, me abrazó fuertemente y me dio un beso en la mejilla.
-No me olvides. Ni olvides que te quiero-. Susurré en su oído.
-Jamás-. Fue su última palabra antes de meterse en el tren.
Y el tren se fue, con él y Steve en su interior. Ambos se adentraban en lo desconocido, y yo me quedaba vacía, porque sin Joe, no era nadie.

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 ¡Hola! ¿Qué tal vuestras maravillosas vacaciones?
Yo muy bien, porque aprobé todas las asignaturas y puedo ir a las atracciones que montan en Padrón por la Semana Santa. A ver si saco muchas fotos :D
Hablemos del capítulo. Como he estado en casa de mi abuela, y lógicamente no tiene Internet, no he podido subir el capítulo antes. Lo siento.
También siento que haya hecho que Joe se vaya, pero no os preocupéis, por favor.
Os voy a contar lo que es el Speakers' Corner. Es una zona cerca de Marble Arch, donde se puede decir lo que a uno de dé la gana. Es decir, que en plena Segunda Guerra Mundial, cuando Inglaterra tenía un odio BASTANTE considerable contra Alemania, cualquiera persona podría ovacionar a Alemania sin que lo mandaran a la cárcel. ¿Me entendéis?
Bueno, espero que os haya gustado el capítulo y que me perdonéis por la espera en la que os he tenido.
Un beso enorme,
Paula*