Hola a todos! Como comprenderéis, a partir de ahora no voy a poder actualizar mucho por culpa del instituto, aunque seguiré intentando subir un capítulo cada semana, ¿vale?
Muchas gracias por leer lo que escribo, aunque no tenga muchos seguidores aún!
Saludoooos!
"En aquella época de desgracias, lo último que pensaba era enamorarme, pero no me pude resistir"
miércoles, 21 de septiembre de 2011
lunes, 12 de septiembre de 2011
Capítulo 3
“Lady Agathe Perkins, ¿qué demonios estabas haciendo? Sal ahí fuera y demuéstrale a ese desconocido que no te dejas intimidar por nadie. Además, ?¿quien es él para que se merezca tu atención?” esas fueron una de mis cavilaciones durante los segundos siguientes apoyada en la pared, respirando entrecortada. Sí. Él, esa persona, me había puesto muy nerviosa.
Papá y mamá los guiaron por toda la casa, y cuando volvieron a estar en el recibidor, me llamaron. En aquel momento quería que la tierra me tragara. ¿Cómo me iba a presentar ante él cuando unos veinte minutos antes él hiriera mi orgullo? Me armé de valor y bajé. Me sentía como una princesa al ver que todos me observaban. Y yo llena de razón con mi vestido de flores y mis zapatos blancos.
Mi mirada se cruzó con la suya, pero papá nos interrumpió:
-Agathe, estos son Peter, Amelie y George, los nuevos habitantes.- Oh, Peter, que nombre más hermoso.- ¿Agathe, podrías enseñarle el jardín a Peter, mientras que Amelie y George conocen a Lucas?
Genial, tenía que enseñarle el jardín, un plan magnífico después de lo que había pasado. Pero me tragué para mi misma de decirle a Peter que lo conociera por si mismo:
-Sin ningún problema, papá. Sígueme.- dije, dirigiéndome a Peter.
Me siguió. Pero en cambio, fue él quien rompió el hielo:
-¿Te importa si nos subimos a la barca y damos un paseo?- Dijo él cuando llegamos al lago.
-Está bien.- Dije yo secamente. Aunque quise remar yo él cojió antes los remos:
-No. Siéntate y disfruta.- Le hice caso y Peter volvió a hablar cando estuvimos lo suficientemente alejados de la orilla.- Yo a ti te conozco. ¿Ibas a mi instituto, no?
-Si. Pero sólo nos vimos un par de veces. Incluida una en el metro cuando tú te estabas pelando con Paul Mathews. Sin embargo, tu padre y el mío quedaban muchas veces.- Le dije.
-Es verdad, que capullo es Mathews. Ojalá que le caiga una bomba encima.- Dijo riéndose. Me enfadé:
-¿Pero como puedes decir esas maldades? Imagínate que te cayera a ti una bomba, ¡menuda gracia, no!- y me miró curioso, y finalmente dijo:
-¿Porque te escondiste?- cambió de tema.
-¿Yo? No me escondí. Sólo me cansé de mirar hacia ti y me fui. No creas que eres importante.- Dije, pero me sentí mal por decir eso.
-Ah, ya veo. Crees que soy un egocéntrico.
-Exacto.
-Pues no es así. Si me dieras la oportunidad de que me conocieses podrías tener una opinión muy distinta a la que tienes.- Me apoyé en el borde de la barca, mirando mi reflejo en el agua y de pronto emergió su figura.- ¿Me la das?- Oh, era tan dulce que no me pude resistir a su sonrisa.
-Lo siento mucho. Te la doy. ¡Convénceme en 3 preguntas que te voy a hacer!
-Perfecto. Venga, primera pregunta.- Dijo Peter, entusiasmado.
-¿Libro favorito?
-Miguel Strogoff.
-Aventurero, ¿eh?¿Qué haces en tu tiempo libre?
-Leo, salgo con mis amigos, paseo y pienso.
-Tercera pregunta: ¿me perdonas?
-Siempre estuviste perdonada.- Dijo él seriamente.
Y seguimos hablando, así hasta que comenzó a oscurecer, cuando nos volvimos a casa entre carcajadas.
domingo, 11 de septiembre de 2011
Capítulo 2
Ya llevabamos viviendo en aquel puebecito varios meses. La gente del pueblo era muy buena y amable con nosotros y nos acojiera de maravilla. Papá era el director y el profesor de historia en el colegio, que agrupaba primaria y secundaria.
Yo ya hiciera amigas, que eran muy majas, y Lucas tenía unos amigos que eran inseparables entre sí.
Un sábado por la mañana, cuando yo estaba jugando con Lucas, mamá estaba en la cocina con Muriel y papá estaba corrigiendo exámenes en su despacho, el cartero timbró a la puerta, como siempre. Pero ese día era especial, porque el señor Sullivan trajo en su saco una carta urgente de Londres. Papá se encerró en su despacho, y a los cinco minutos llamó a mamá. Tardaron media hora en salir y se dirigieron al salón a hablar con nosotros:
- Hijos, el gobierno está evacuanto niños y niñas de Londres al campo por culpa de la guerra y quieren que acojamos a los 3 hermanos Jones, ¿ qué os parece?- dijo papá, dejándonos estupefactos, pero aún así fué Lucas quien rompió el silencio.
- Toma! Más gente con la que jugar!- dijo el enano emocionado.
- Por mí vale, pues alguien tendrá que ocupar las habitaciones que sobren, no?- dije sarcásticamente.
- Si no queréis no tenemos porque hacerlo.- dijo mamá.
-Mamá! Hay que acojerlos! Ya escuchaste la radio. La de bombas que caen en Londres!- dije yo, que ya me estaba mosqueando un poco.
-No se hable más! Hay que ponernos manos a la obra, que llegan la semana que viene.- dijo papá.
Emocionadas, mamá y yo nos fuimos al pueblo, a comprar muebles y cosas que necesitarían los nuevos habitantes de la casa.
Fue una semana dura. Cuando volvíamos de la escuela nos poníamos a trabajar. Pintamos las paredes, colocamos los muebles, las lámparas... Todo lo que los niños necesitarían. Un día le pregunté a papá:
-Papá, ¿Conoces a los Jones?
-Sí, cariño. Son los hijos de Thomas Jones, el profesor de Latín en la misma escuela en la que yo daba clase en Londres.
-¿Y porqué no vienen él, su mujer y sus hijos juntos?
-Tom ha sido destinado a la RAF; Margaret, su mujer, es enfermera; y los niños, al cuidado de su abuela, prefieren irse de Londres. Y qué suerte que les haya tocado con nosotros!
-Papá, gracias por acogerlos.
-No hay de qué. ¿Has acabado ya los deberes?
-No. Ya voy. Buenas noches, papá.
-Buenas noches, cariño.- Me abrazó y me fui a hacer los deberes.
Al día siguiente, en el patio de la escuela, se enzarzó una conversación:
-Si es guapo me lo pido.- Dijo Molly, mi mejor amiga.
-Ya, claro, que te va a elegir a ti.- dijo Laura, una niña muy simpática.
-Chicas, calmaros, no creo que sea muy guapo, ni atlético, ni inteligente, ni todas esas chorradas que decís.- dije, calmando a la manada.- Además, no sé como podéis pensar en novios, mirad cómo está él mundo patas arriba.
-¡Pero si vas a vivir con él!- gritaron a coro todas.
-Y lo vas a tener que acompañar a todas partes mientras no se acostumbre.- dijo Lauren, la charlatana de clase.
-No lo sé, es un año mayor que nosotras. Imaginaros que lo tenga que acompañar una de vosotras. Os pelearíais por él, en cambio, yo podría soportarlo.
-¡Porque tú coqueteas con Joe! ¿Te gusta?- Dijo Fiona.
Joe era un niño un año más mayor que yo, que viniera un día a hablar con papá, y como sólo yo estaba en casa, comenzamos a hablar y nos hicimos amiguismos.
-No me gusta, sólo lo veo como un amigo y nada más.
-Agathe, no mientas, que cómo lo miras.- dijo Laura.
-¡No me gusta!- sentencié.
El siguiente sábado por la tarde, estaba en mi habitación y oí la puerta.
Llegaban papá y 3 personas. Salí al pasillo y me asomé sigilosamente a la barandilla, pues no quería que me vieran. Los observé. Había una niña pequeña, de unos 7 años, con el pelo corto de un color marrón oscuro. Sus ojos eran de color azul cielo hermosos. Llevaba puesto un vestido rosa palo sencillo, pero muy bonito.
El segundo niño tendría 10 años, llevaba el pelo corto, aunque no estaba rapado. Tenía una nariz respingona, con muchísimas pecas, que destacaban con su piel pálida, casi enfermiza. Llevaba unos pantalones marrones, con una camisa blanca y un chaleco de rombos azules. Se iba a llevar bien con mi hermano, me dio la impresión.
El tercer niño, el más mayor, si que llamó mi atención. Tenía los cabellos en melenita en color avellana, y unos ojos profundos color verde mar. Vestía unos pantalones beiges largos, llevaba una camisa azul remangada y portaba una chaqueta a sus hombros. Lo observé más que a los otros niños. Era tan guapo que hasta parecía un dios griego. ¡Qué facciones, tan dulces y tan serias a la vez! Y me vio. Me sonrojé. Y me clavó la mirada durante varios segundos más, porque me rendí. Y como una cobarde, me encerré en mi habitación.
jueves, 8 de septiembre de 2011
Capítulo 1
- Echaré mucho de menos esto - dije, echando un último vistazo a la fachada de nuestra casa en Londres. Mi padre me abrazó y nos dirigimos a la inmensa estación de Paddington. Desde que la guerra comenzara, estuvimos haciendo planes para marcharnos papá, mamá, mi hermano y yo a la mansión que habíamos heredado del abuelo John, en un pueblecito en el centro del centro de Inglaterra, con el fin de alejarnos de los bomardeos y de esos malditos alemanes.
Subimos en el tren, nos acomodamos en un compartimento de primera clase y comencé a recordar todo lo que dejaba atrás: mi feliz infancia.
Yo, Agathe Perkins tenía dieciséis años, era hija de Ronald, un prestigioso profesor, de una madre cariñosa, Laura, y un hermano fabuloso, Lucas . En mi vida habia amor, tenía gente que me quería, pues no me faltaban amigas, que eran fantásticas; y algún que otro chico se fijaba en mi y alguna vez salí a dar un paseo por Londres o ir al cine, sólo si alguna de mis actrices favoritas, como Bette Davids, estaba en la cartelera. Realmente me gustaba Londres, pero tambien me gustaba el silencio, cosa que allí era raro de encontrar.
Tras una hora de nostálgico viaje viendo el paisaje y observando a mis padres y a mi hermano jugar, mi padre dijo:
-En el pueblo del abuelo hay muchas cosas que hacer, además la gente es muy buena. Viviremos bien y seremos felices. Además, os prometo que iremos a Londres un vez al mes, ¿qué os parece?- sus palabras no me convencieron nada, pero sin embargo no protesté.
- Bueno,¿cuánto falta para que llegemos?
-Hora y media. ¿Sabéis que hay un lago en nuestra futura casa? Con patos y peces. Agathe, te encantará. Tengo allí una sorpresa para ti- me ilusionaron sus palabras, y pronto me quedé dormida con la cabeza apoyada en el cristal.
Eran las tres de la tarde cuando mamá me despertó. Sobre la estación se encontraba el cielo de un color gris marengo, y un olor peculiar recorría mis fosas nasales. Hacía bochorno y me gustaba aquella atmósfera de tormenta. Un coche nos acercó a la mansión.
Por el camino habíamos pasado por el centro del pueblo, donde había varias tiendas, hasta una con un precioso vestido en el escaparate. En la plaza mayor del pueblo un grupo de niños jugaban al aro delante del ayuntamiento, y unas niñas estaban sentadas frente a una estatua con un jinete a caballo jugando a las muñecas de porcelana. Una muñeca me llamó peculiarmente la atención, pues llevaba un vestido muy parecido a uno que tuviera de pequeña.
Un grupo de madres se encontraba sentadas en unos bancos en la sombra, cuidando de sus retoños. Cuando nos alejamos un poco del pueblo, lo pude ver.
La fachada del edificio era impresionante, toda de piedra esculpida, que parecía un castillo. El jardín delantero estaba lleno de setos muy bien cuidados, con unas flores preciosas, se notaba que alguien los trabajaba a menudo. La puerta de entrada estaba flanqueada por dos gigantescas y viejas palmeras.
Entramos en el vestíbulo. Como dos grandes brazos, una escalera doble se alzaba por los lados, con un gran balcón en el frente, y otro en una pared a la derecha.
La planta de abajo estaba distribuída de tal modo que a la izquierda de la puerta estaba el despacho de papá, con un gran escritorio de caoba ya lleno de papeles y una moderna máquina de escribir. Había un sofá muy mullido en color camel, y todas las paredes, excepto la del ventanal que daba a la fachada principal, que tenía colgados unos cuadros, estaba lleno de estanterías abarrotadas de libros y enciclopedias.
A la derecha de la entrada, se encontraba el salón, que estaba dividido en dos niveles. En el nivel más bajo había tres sofás beiges, una mesa enfrente de estes.Había una gran chimenea, y encima de esta, estaba una radio moderna, algo que me extraño porque la casa ya era muy vieja. En las paredes había cuadros, mandados ponerlos allí por mi madre, una gran amante del arte. Hasta había uno de Van Gogh, el pintor favorito de mamá. El el nivel alto había unos divanes, y a su alrededor había más estanterías aún, porque al abuelo le encantaba leer y yo heredé esa pasión.
Entre las los dos brazos de la escalera, había dos butacas con una mesita con un teléfono. Estaba segura de que mamá pasaría allí mucho tiempo calcetando o hablando por teléfono. Sobre estas butacas se alzaba, majestuosamente, una gran araña, con miles de cristales en distintos niveles. Aquel elemento me pareció como un gran pilar de la casa, ya que la luz que emanaba llegaba a todos los rincones del gran vestíbulo.
Detrás de lo que tapaba la escalera, había una cocina llena de fogones, lacenas y encimeras. Parecía una factoría alimentaria. Muriel, la cocinera y James, el mayordomo, se encontraban sentados alrededor de una mesa. No tenían previsto que llegaramos una hora antes pero aún así nos recibieron con gran efusividad. Ambos vivían en una casa en una esquina de la propiedad y, desde que el abuelo se muriera, digamos que no había mucho que hacer en la casa.
Tambien había una gran despensa y un pequeño servicio, que a mamá no le gustó nada, y dijo que pronto cambiaría la decoración de esta estancia.El gran comedor que daba a la parte trasera me impresionó mucho, ya que la estancia parecia la de un castillo, porque tenía una mesa que muy larga, y las cortinas eran rojas y de terciopelo.
Subimos todos al segundo piso. Mientras subíamos, podiamos observar como aparecía ante nosotros un gran ventanal, lleno se cristales de numerosos colores. Había un pasillo que si te asomabas por el pasamanos, podías ver el piso inferior. Había 6 habitaciones y 3 baños, de las cuales 3 estaban a la derecha y las otras tres habitaciones se encontraban a la izquierda. Y los baños estaban dos a la izquierda, y uno a la izquierda.
Yo elegí la habitación hacia la fachada principal del lado derecho, pues ya estaba pintada de rosa y beige, mis colores favoritos. Era la unica habitante de la casa que eligió su habitación en el lado derecho, y los demás eligieron tener su alcoba en el lado izquierdo.
Mi habitación tenía la cama en el centro de la estancia, y tenía un dosel en tela beige, y a los lado de esta, había dos mesillas de noche. En la habitación, sobre el suelo de madera, había una alfonbra verde pistacho. Además, había un gran tocador con luces y maquillaje, regalo de papá. La ventana tenía unas vistas espectaculares a la parte delantera de la casa. Las cortinas estaban bordadas con detalles rosas y , bajo estas, se encontraba un pequeño escritorio a juego con el tocador.
Una puerta me separaba de mi vestidor, medio vacio, y digo medio porque papá enviara ya hacía unas semanas más de la mitad de mi armario a la casa; y el resto lo traía hoy.
En el segundo piso habia dos estudios,uno de ellos para mí, diseñanos por mamá para que pudiera estudiar sin que nadie me molestara.Lo que más le gustó a Lucas fue la enorme sala de juegos, llena de jugetes nuevos. Ya en el último piso estaba el desván, lleno de polvo y seguramente de ratones también.
Cuando nos juntamos todos finalmete dije:
-Definitivamente, me gusta este lugar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)