“-No
puedes irte.
-No
sabes cuánto lo siento, pero debo de irme.
-¿Qué
puedo hacer yo para que te quedes?
-Corazón,
sabes que nada, aunque me duela decírtelo.
-Eres
tan tozudo como siempre.
-Y
tú vives todo hasta el último momento- suspiró.
-Vamos,
no me puedes dejar aquí. Ni a mi ni a ellos- suplicó.
-Lo
sé, pero ya he retrasado ir a la universidad dos años.
-Y
yo la empezaré el año que viene- cruzó los brazos.
-Me
vendrás a visitar; o yo te visitaré.
-¿Acaso
qué es lo que vas a estudiar?
-Filosofía.
-No
sabía que te gustara eso.
-Pues
ya ves. Anda, ven- le dijo, abriéndole los brazos para que ella se
reconfortara en ellos, como tantas otras veces.
Y
fue en ese preciso instante en el que ella se arrepintió de todo, y
también se dio de cuenta de que en realidad poco sabía de la
persona con la que había convivido casi cuatro años. Y hasta dudó
en si realmente se conocía a ella misma. Ni siquiera había sido
culpa de la guerra, a lo que últimamente ella echaba la culpa en
cualquier situación”.
Londres,
Septiembre de 1944.
Observaba
detenidamente el caos de aquella estancia, un gran salón que unía
todas las partes de la casa excepto la habitación. Era luminoso
puesto que la gran ventana estaba orientada al sol, y calentaba mi
cuerpo en el cómodo sofá. No era un sofá como el del despacho de
papá, rígido como una piedra, sino que estaba mullido y me hundía
en él. Enfrente mía había una mesita de café, delante de una
chimenea y a su derecha un gramófono. Haciendo compañía al
desorden de aquel piso, los vinilos estaban apilados en la esquina.
Había varios cuadros impresionistas colgando a ambos lados de la
chimenea. Las estanterías que ocupaban dos paredes enteras estaban
abarrotadas de libros sin realmente un orden lógico, y había tantos
que los que no cogían se apilaban horizontalmente encima de los que
estaban en vertical. Además, el mobiliario era un tanto
estrambótico, y mezclaba piezas antiguas con muebles de todos los
estilos. Su escritorio también estaba hecho un desastre, pero
imaginé que sería agradable estudiar con aquellas maravillosas
vistas a Hyde Park. Por la puerta semiabierta de su cuarto pude
observar su cama, con el edredón estirado hacía arriba con prisa,
con las sábanas arrugadas hacia un lado, como siempre solía hacer.
Sin embargo, en todo aquello sí había un ápice de orden, como si
una madre intentara ordenarlo, pero él lo volvía a desordenar. En
la mesa de la zona del comedor él estaba disponiendo tazas de té, e
iba y venía de la cocina cargado de galletas. Yo lo observaba
graciosamente. Al fin terminó, y soltando un suspiro, comenzó a
hablar, algo que no había hecho desde que se había puesto manos a
la obra, con una concentración absoluta por no derramar el caliente
té.
-Ya
está, Agathe.
-Te
he dicho que yo te ayudaba, pero eres tan testarudo...
-No
hacía falta, eres mi invitada y ya está hecho- dijo mientras me
movía cortesmente la silla para que me sentara. Le sonreí. Él
también se sentó. A continuación sacó del bolsillo una cajetilla
y encendió un cigarrillo.
-¿Desde
cuándo fumas?- lo miré con reprobación.
-Desde
que comencé la universidad- contestó.
-No
deberías. Es más, trae aquí- y le agarré el cigarrillo y lo
apagué en un cenicero próximo a mí. Refunfuñó pero sabía que no
me podía replicar.
-Vale.
-Lo
hago por tu bien. Anda, dime, ¿qué tal en la universidad?
-Bien,
estoy un poco estresado con los trabajos. ¿Y tu empezaste
Literatura, no?
-Sí,
me gusta mucho por lo que llevo dado en clases.
-Me
alegro mucho por ti- sonrió.
-¿Por
qué no vives con tu abuela?
-No
sería feliz. Quiero ser libre y eso me lo impediría.
-Pues
yo vivo en nuestra casa de siempre. Espero mudarme a algún
apartamento si esto acaba algún día. Me siento muy sola en una casa
tan grande.
-Te
comprendo, pero sabes que puedes venir cuando quieras- me contestó
con una gran sonrisa en sus labios.
-Eres
muy amable, Peter.
-¿Cómo
están ellos?
-Están
todos bien, pero tus hermanos te echan demasiado de menos.
-Y
yo.
-Te
comprendo. ¿Y tus padres?¿Sabes algo de ellos?
-Oh,
mi padre sigue en combate, dice que ya queda menos para que la guerra
acabe; y mamá está en el hospital, vive en casa con mi abuela, la
voy a visitar casi todas las mañanas, antes de irme a clases, al
hospital, y a mi abuela los fines de semana. Siempre nos vamos los
tres a pasear a Hyde Park. Pero ahora que estás aquí en Londres
necesitaré verte también- su voz recuperó la alegría.
-¿Seguro
que tendrás tiempo?
-Segurísimo,
Agathe.
Y
así estuvimos charlando, y cuando fui al baño, todo cambió. En la
pileta, pegado a su colonia, había un pintalabios. Rojo pasión. Y
fue cuando cuadré todo: el extraño orden del apartamento y la rara
atmósfera de la habitación. Volví a sentarme en mi silla, y
mientras Peter me miraba, continué:
-¿Es
guapa?- Y dejé el pintalabios encima de la mesa. Peter me miró de
repente con cara de pánico, y su expresión cambió drásticamente.
Pensó la contestación, pero no le quedó más remedio que ser
sincero.
-Sí.
-¿Y
cómo se llama?
-Odette-
dijo con un suspiro de resignación.
-Anda,
si tiene un nombre francés, como yo- contesté sarcásticamente-
¿Qué estudia?
-Arte.
-Oh,
la chica salió bohemia.- dije secamente. Observé entre mis dedos el
pintalabios- A mí no me queda bien el rojo, tengo unos labios
grandes para un color tan vibrante.
-Agathe...-
me suplicó.
-Me
gustaba cuando decías mi nombre. Era como si nunca se gastara,
porque tu lo decías tan bien... Repítelo.
Y
no dijo nada. Se quedó mirándome fijamente. En sus ojos no veía
más que un torbellino de recuerdos y me suplicaba perdón.
-Bueno,
será hora de irme, ¿no crees?- Y
me levanté.- Llámame
si me necesitas. Si tienes alguna crisis existencial. Si vas a venir
de vacaciones a East Leake. Si quieres bailar. Si necesitas tomar una
copa de coñac a media noche, como lo hacíamos las últimas noches
que pasaste en casa. Qué demonios, si tienes ganas de emborracharte.
Si necesitas verme, en resumidas cuentas.
-No
lo dudes- contestó, y me giré hacia la puerta, pues ya comenzaba a
llorar- Ni dudes nunca que tu serás la mejor del mundo, y que nadie
se compara a ti, Agathe, Agathe.- y repitió mi nombre tan despacio
que tuve que salir de inmediato de aquella cárcel de sentimientos.
Me
apoyé de espaldas a la puerta. Y pude escuchar cómo Peter comenzaba
dentro a maldecir en alto, cerré lo ojos y lo volví a ver hundiendo
sus manos desesperadas en su pelo, y volví a oler su colonia, y
recordé sus besos, y volví a sumergirme en los recuerdos de cuando
él y yo éramos uno.
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¡Hola! Muchísimas gracias por todo, me alegró saber que seáis tan fantásticas, en todos los sentidos, y me he tomado mi tiempo para reflexionar. Y sí, he decidido que esto no va a ser eterno, y sólo quedan dos capítulos, quizás como mucho tres. Y espero que os guste mucho mucho mucho, ¿vale? Siento ser tan breve, pero mañana tengo clase y madrugar me cuesta mucho. Aún así os quiero. Un beso enorme,
Paula :)
Paulita, me ha encantado enserio, me muero de ganas por leer el capitulo 25. Muchas gracias linda :)
ResponderEliminarBesitos lindos